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El Proyecto Carayá y un pedido “para seguir aullando”

A 11 kilómetros de la ciudad de La Cumbre, a unos cuatro kilómetros cuesta arriba de la conocida Estancia el Rosario, se llega por la ruta provincial E66 a este Centro de Rescate, Rehabilitación y Conservación -principalmente- de primates.

El Proyecto Carayá tiene más de veinte años de funcionamiento, y es el primer y único lugar de estas características en nuestro país. Hace unas semanas, desde las redes sociales de este proyecto se hizo un llamado de solidaridad ante la compleja situación económica que están atravesando y las dificultades para alimentar a los animales.

Desde CDM Noticias, visitamos el lugar y te contamos en qué consiste esta propuesta  que apunta tanto a  la conservación como a la educación ambiental.

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Una tranquera de madera indica la entrada a este “Santuario” y el camino se inicia con la compañía de perros, algunos también rescatados y en adopción.

“Hay 184 monos Carayá, 42 monos capuchinos, 22 pumas, 4 zorros, 4 gatos montés, 1 oveja, 1 chancha, 25 perros, 5 gatos, 2 llamas y 2 burros”, comienza Corina, una de las guías del voluntariado del proyecto y parece nunca terminar con la enumeración.

La visita comienza con el primero de los tres grupos de familia de los monos. Enseguida bajan de cuerdas y palos a altura para comer alguna banana que Corina saca desde el bolsillo de su campera. “El nombre capuchino, viene de un apodo dado por el español. Al verlos, les recordó la apariencia de los monjes capuchinos”, explica. Las capuchas  que llevaban los monjes tenían un color parecido a los pelos que rodean la cara de estos monos.

En medio de un bosque exótico de altas coníferas, los monos, originarios de Misiones y el Norte Argentino, han hecho su refugio luego de ser rehabilitados. La gran mayoría llega en malas condiciones físicas, víctimas del tráfico ilegal, el mascotismo y la destrucción de su entorno natural. Muchos quedan agresivos, otros, por consecuencia de castraciones, no puede volver a insertarse en la manada.

“Allí comienza nuestro trabajo de rehabilitación y una vez que los individuos se adaptaron al medio y a un grupo consolidado de primates, procedemos a liberarlos en el Santuario”, explican desde la ONG.

Luego de cruzar unas lomadas, aparecen los pozos de las vizcacheras que se presentan como un indicador para explicar la cadena alimenticia del puma, que ha sido perseguido por décadas. Mucho de los pumas, son rescatados desde cachorros, ya que quedan en los campos, entre las trilladoras, casi sin alimentación. Los productores se contactan con policía ambiental, y desde ahí llegan a la reserva en un estado de mucha fragilidad.

“Los pumas, zorros y gatos montés están a unos doce kilómetros de acá”, dice Corina señalando el oeste, detrás de un pequeño bosquecito. La comida para estos animales es la más cara, y fue esa la señal de alerta  que hizo pública la situación crítica económica que está atravesando la ONG. En este contexto de extremo ajuste, los recursos que se generan ya no alcanzan para comprar la carne, y han tenido que endeudarse para poder alimentar a los animales.

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En el segundo grupo de Carayá, hay dos hembras con sus crías. Sobresalen como una bola de pelos que apenas se reconoce. Tienen una semana de vida y viven colgadas de sus madres. Arriba, a lo alto de los árboles, se refugian dentro de unos habitáculos preparados para que no pasen frío.

Los Carayá, son los monos más altos y corpulentos de América. Las hembras se distinguen por su color amarillo y pueden pesar hasta 5 kg. Los machos, cuando nacen son iguales a las madres, pero de adultos su pelaje torna al negro, y pueden pesar hasta 8 kg. Su cola larga, se mueve y enrosca en cada objeto y rama, y llegan a medir hasta 70 cm.; el resto de su cuerpo no llega a más de 135 cm. Mientras que, las crías al nacer tienen un peso de hasta 200 gramos.

Para llegar a la tercera familia de primates, viene Alfonsina, una joven guía de 19 años, que al igual que Corina, hace dos meses que está viviendo dentro del campo que alberga a toda esta fauna en recuperación. “Acá no siempre se los llega a ver, son los más salvajes y no se acercan con comida”, explica después de un recorrido más largo, que atraviesa piedras y pastizales que rodean las pircas originarias de hace miles de años.

 “Aquella pirca está hecha por el dueño de un campo, para las vacas”, dice Alfonsina señalando el norte. La diferencia entre una y otra salta a la vista: “es increíble, parecen un tetris”, alude la guía ante la perfección en la colocación de las piedras más antiguas.

La llegada al tercer grupo de primates libres, ya es cerca del atardecer. Los árboles estiran sus sombras densas entre los recovecos de luz que permanecen por el camino. “A estos monos les encanta la zarzamora”, cuenta Alfonsina y se detiene en la problemática de la desforestación y los árboles implantados: “esos son los bosques del silencio”. Adentro no hay vida, no se recrean los ecosistemas, no hay pájaros que aniden, el silencio es programado como en un laboratorio.

El regreso ya tiene el camino bordeado por los pastizales enrojecidos. Un cielo celeste que se apaga y un murmullo de carayá que se intensifica al pasar por el sector de rehabilitación. El proyecto es una invitación a tomar conciencia sobre el tráfico y el maltrato de animales que sigue siendo parte de negocios clandestinos que han llevado a tantas especies a la extinción.

Por otra parte, estos proyectos permiten dimensionar la problemática ambiental que arrasa con los territorios y despoja a los animales de su hábitat natural. El avance del modelo agro exportador y extractivista, que implica una desforestación desmedida, ha llegado a graves consecuencias: la extensión de este modelo en zonas de bosque nativo y biodiversidad, nos lleva a que los bosques del silencio, puedan comenzar a ser -cada vez más-  un paisaje de lo posible.

*Fotos: Euge Marengo

Las visitas se realizan durante los fines de semana. Más información: https://caraya.org/informacion-para-visitantes/

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