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Antígona Incendiada, leer un clásico en tiempos de fuego.

Recomendación literaria de la mano de Ana Lidejover

¿Por qué leer un clásico del teatro griego en este contexto de incendios?

Antígona es «la más bella criatura de Sófocles». Antígona quiere enterrar con todos los ritos a su hermano Polinices, muerto en batalla atravesado por la espada de Eteocles, su otro hermano. Creonte, rey de Tebas, lanza un edicto prohibiendo el entierro de Polinices y anunciando la muerte para quien lo desobedezca.

Antígona, fiel a los dioses, no se detiene e intenta sepultar a su hermano. Creonte la condena y se desata la tragedia que ya venía tejiéndose desde que el padre de Antígona, Edipo, mató a su propio padre y desposó a su madre Yocasta, con quien tuvo a sus cuatro hijos. Los griegos y sus dioses conforman una saga infinita de muerte, venganza, guerras y laberintos familiares.

Sobre Antígona se ha escrito mucho, y existen decenas de versiones de esta obra, entre ellas dos argentinas: Antígona Furiosa de Griselda Gambaro y Antígona Vélez de Leopoldo Marechal.

¿Por qué leerla hoy, cuando están incendiando el valle de Punilla, cuando se están perdiendo miles de hectáreas de bosque nativo y las casas de los vecinos se han prendido fuego?

Hace semanas que los habitantes de este valle vivimos un infierno, con el corazón cansado y la mente nublada por el humo.

Antígona, como dice E. Ignacio Granero en la contratapa de mi (muy recomendada) edición, “se pone al servicio de lo que su razón le ha dictado como piadoso y justo. Encerrada en su soledad, su dolor y su esperanza, y en la certeza de haber obrado bien, según las leyes divinas, Antígona camina con firmeza hacia la muerte.” Se enfrenta a las leyes de la ciudad, a las de los hombres, porque obedece a algo más trascendental.

Los clásicos nos atraviesan porque aún nos siguen hablando de ideas, nos plantean contradicciones y nos obligan a decidir. Antígona toma posición respecto a una ley que le parece injusta y actúa según su propia moral, sin importar las consecuencias.

Mientras escribo, escucho los aviones hidrantes sobrevolando el pueblo y me pregunto dónde estará el fuego. En estos días se ha sentido la solidaridad y la organización de los vecinos, enfrentando el fuego rústicamente, la mayoría sin capacitación ni experiencia, para defender las casas y el monte que habitamos. Pero también se ha sentido el abandono y la desidia. ¿Cómo es posible que esto suceda todos los años? ¿No es posible un plan de contención más eficaz? ¡Se quemaron casas! El fuego entró a los pueblos, llegó hasta la puerta de los vecinos, y en muchos casos no se pudo parar.

Se quema el monte y todo lo que lo habita, se queman las casas y se pone en peligro a toda una comunidad. La sensación es que mucho no importa, la reacción de quienes, en teoría, deben protegernos es lenta. Cuando se armó el circo mediático que puso la cuestión mas o menos en la tapa de los principales medios, el fuego ya había arrasado durante días.

Antígona defiende lo suyo: sus creencias,su familia, su territorio, en contra de Creonte, soberbio y cegado por la ira y la ambición desmedida que todo lo destruye.

En mi versión, Antígona no muere. Defiende el monte, invoca el agua, y llueve por gracia de los Dioses. En capilla del Monte lo hemos visto en 2020 cuando un chaparrón milagroso detuvo el avance de las llamas sobre un barrio. Luego, Antígona exige que se lo proteja, que se apoye a las brigadas, a los bomberos voluntarios, que se capacite a los vecinos, que haya un plan, una estrategia que involucre a toda la región, que se invierta en el bien común, que no se desmonte, que se organicen los loteos y que se cuide el agua. En mi Antígona Incendiada, el monte renace más fuerte y sus guardianes estamos listos para defenderlo siempre. No pueden con nosotras y nosotros porque somos muchos los que estamos defiendo la vida, porque no hemos nacido para el odio sino para el amor.

Recomendaciones literarias de la mano de Ana Lidejover

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