El Merendarte y la biblioteca popular “Cecilia Basaldúa”
El 26 de abril pasado, se inauguró la biblioteca popular “Cecilia Basaldúa”, en el espacio comunitario Merendarte, que hoy continúa en la casa de una vecina del barrio El Zapato. La historia del merendero, las redes solidarias que persisten, y el amor -sobre todo- que abrazó la continuidad de este proyecto colectivo, en medio de la crisis social y económica que se recrudece en los barrios más vulnerables.

El barrio El Zapato en Capilla del Monte, tiene piedras de millones de años. Todo el barrio se nombra así, por la forma que tomó una de sus rocas, una postal típica de estos paisajes serranos en el siglo pasado, un barrio que se abre detrás de ese gran zapato, que recorta la silueta del Cerro Uritorco, del otro lado de la ruta 38. La casa de Claudia Ochoa, queda por la calle Corrientes y la esquina Chaco. Dos provincias que hacen el punto de encuentro, una intersección que delimita la entrada, de lo que ella nunca hubiese imaginado: un merendero para los y las jóvenes del barrio.
“Qué va a pasar con los niños si el Merendarte se cierra”, pensó Claudia, cuando a finales del año 2023, el local que se alquilaba para este proyecto, debió cerrar sus puertas. Y ahí, en una de las reuniones en la canchita del barrio, Claudia ofreció su casa, para que no se corte la asistencia escolar y la leche, dijo desde ese lado de la ruta, que además del zapato, la falta de propuestas para los más jóvenes, es otra de las realidades olvidadas.
El Merendarte surgió en el año 2021 como parte de un proyecto socio-comunitario impulsado por el Movimiento popular “La Dignidad”, de Capilla del Monte. Comenzaron alquilando un salón frente a la cancha de fútbol del barrio, en la calle Yrigoyen, pero luego del cambio de gobierno nacional, se hizo cada vez más complejo sostener el alquiler, “y coincidió -dice Paula Rodríguez, integrante del Movimiento La Dignidad y parte del grupo de apoyo escolar del Merendarte-, que desde agosto del año 2023, ya se había dejado de recibir, desde el Estado, las partidas para la merienda y se estaba sosteniendo de manera autogestiva”.
Durante tres años, como parte del proyecto del Merendarte, funcionaron diversos talleres para las juventudes y niñeces del barrio. Desde música, arte, computación, yoga hasta la conformación de una orquesta y atención de enfermería. En plena pandemia, fue un lugar de acopio de alimentos que se llevaban a la gente más necesitada. “Todo eso se suspendió, cuando no se pudo sostener el espacio comunitario”, agrega Paula y cuenta que se hizo una gran asamblea para pensar algún modo de darle continuidad. “Muchos recibían el programa Potenciar Trabajo, de colaboración comunitaria y de contribución a proyectos sociales, pero luego del congelamiento de esos programas, el grupo de talleristas que era de casi 30 personas, se redujo a 5, y se tuvo que transformar la propuesta”.
En medio de la por entonces asunción del gobierno de la Libertad Avanza, la Defensora Nacional de los derechos de las niñeces y adolescencias, Marisa Graham y el Defensor Adjunto Juan Facundo Hernández, realizaron una recorrida por distintos comedores y merenderos del país, e hicieron una presentación judicial, ante la falta de entrega de alimentos. Sin embargo, desde el actual Ministerio de Capital Humano, a cargo de la Ministra Sandra Petovello, hasta la fecha, nunca reactivaron las partidas de alimentos, previstas por lo que debería ser el “Programa Nacional de Nutrición y Alimentación”, creado mediante la Ley 25.724.
***
La casa de Claudia tiene una mesa larga. En un rincón están las bolsas con las donaciones de ropa y útiles. El ropero comunitario, también funciona ahí, a cualquier hora del día. Sobre un aparador, hay un televisor que cada tanto reúne a los chicos del barrio para mirar alguna peli. A veces, festejan cumpleaños, como el de Malena y Mateo, dos hermanos que cumplen seguidito y se juntaron en este mes de mayo para compartir una torta.
Claudia nació un 10 de julio de 1965, en Capilla del Monte y hace siete años que se mudó al barrio El Zapato, a la casa donde vivió su mamá hasta que falleció. La casa que ahora cobija, además de a su hija y su hijo, a un grupo de pequeños que llenan la mesa larga de útiles y leche. La casa nido, que se hace río cuando aprieta el calor y fuego cuando el frío brota del cielo: das cariño y una recibe lo mismo. Hay que saber dar sin esperar nada, porque la vida te lo recompensa después, dice y le brillan los ojos. Es la primera vez que hace algo así. Se siente feliz, porque siempre estuvo en contacto con los más chicos: “mi madre -cuenta- era cocinera en el comedor de la guardería”.
A Claudia también le gusta cocinar y amasar. Iban a abrir una panadería con un amigo, pero se les complicó. Después, a través de su nieto que participaba de los talleres del Merendarte, conoció el proyecto y se integró en lo que fue la panificadora del Movimiento La Dignidad. Hoy las meriendas las arman de a poco, entre donaciones de vecinos y lo que traen las chicas los días del apoyo escolar. Una aporta un paquete de galletas, otra un dulce de leche, y así, se sostiene. Ahora están juntando juguetes para el día de la niñez. Reúnen las donaciones en la casa de Claudia y van envolviendo los regalos, para lo que en agosto será una suelta de juguetes en el barrio. El año pasado, recuerdan, la feria de artesanos de Capilla, donó para los adolescentes llaveros y pulseritas.

Hace apenas una semana, el grupo de 25 jóvenes que participaba de los días de fútbol mixto, pudo retomar la actividad en la canchita, ubicada en el predio del Centro Vecinal. “Sería lindo mejorar el lugar y que se puedan usar esas instalaciones para el barrio”, expresa Claudia mientras piensa en algunas fechas clave que juntan a todo el piberío del barrio: el día del niño, fin de año, los cumpleaños, y todas esas propuestas que hacen habitar el barrio donde se vive para transformarlo en un lugar de todos.
Los días de fútbol, están Roma y Martín acompañando al grupo. Ahí mismo llevan toda la merienda, en la cancha. “Les gusta más quedarse al aire libre, ya son adolescentes”, agrega Paula, quien junto con Ana y Camila, se reparten entre los lunes, miércoles y viernes para dar apoyo escolar a niñes entre 6 y 12 años.
La biblioteca Popular Cecilia Basaldúa
Contra una de las paredes de su cocina comedor está la biblioteca, que ahora tiene un cartel hecho en madera con letras de colores: “Biblioteca Popular Cecilia Basaldúa”, en memoria de la joven que fue asesinada en Capilla del Monte, en el año 2020.
Para elegir cómo llamar a la biblioteca se hizo una consulta entre el grupo y se preguntó a la familia de Cecilia si estaban de acuerdo. Hoy, su nombre multiplicado entre banderas y demandas por Verdad y Justicia, también destella en colores sobre unas cuantas hileras de libros, que por suerte, dice Paula, los chicos consultan un montón.

“Yo te digo la verdad, nunca fui a las marchas de Cecilia. Pensaba, tengo una hija, una sobrina y la última vez dije: voy a ir a la plaza”, dice Claudia y los ojos se le hacen neblina. “Es loco que, a través de una imagen, yo la tenga en mi casa”, continúa mientras observa de refilón el cuadro enorme con la xilografía de Cecilia que tiene colgado al lado de la biblioteca: “lo primero que hago cuando me levanto, salgo de mi pieza y la tengo ahí, enfrente”.
Susana Reyes, la mamá de Cecilia, donó una lámina que representa el rostro de su hija con trazos negros sobre un fondo blanco. Julieta Bamberg, artista plástica e integrante del Movimiento La Dignidad, juntó unos pallets y comenzó a armar el marco, junto con su compañero, Luis Mario, quien hizo la parte de carpintería. Julieta observó con detalle los dibujos del fondo del rostro de Cecilia, donde hay palmeras y cactus, una forma de aunar los territorios por los que viajó. “Todo su viaje está ahí”, dice Julieta y explica que tomó esas figuras para el marco y las llenó de colores plenos, vibrantes y diversos: “todo ese enlazamiento desde el amor y la lucha por la verdadera justicia, que ancle en un espacio así, es tan positivo en medio de tanto odio, caos y devastación”.

Ella va a abrir puertas, dicen en el merendero. El 26 de abril, un día después de cumplirse los cinco años de la aparición sin vida de su hija, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, visitaron a Claudia: “sentía a Cecilia cuando estaba ahí”, dice –desde Buenos Aires– Susana y ese momento la llevó a las épocas de secundaria de su hija, cuando se organizaban con sus compañeros para llevar las cosas que hacían falta a los chicos de un pequeño pueblo de Santiago del Estero, para que puedan estudiar. Ahí se quedaban una semana, “en esos lugares donde cuesta llegar, les daban clases, los esperaban con comida y compartían. Cocinaban y trabajaban a la par de ellos, mientras aprendían a la vez, iban intercambiando saberes”.
Cuando Cecilia terminó la secundaria, viajaba a seguido a la ciudad de Salta a visitar a su abuela materna, y desde ahí se iba por su propia cuenta al pueblito a ver a los niños y niñas. Como si el tiempo fuera esa repetición mágica que la vuelve a traer a los lugares que rodean las niñeces, hoy “es emocionante que Cecilia esté ahí, es donde hubiese querido estar”, complementa Daniel, con la certeza de que esos espacios son los genuinos, a pesar de los contrastes materiales y la ausencia del Estado, ahí es donde el corazón mueve las sombras y crece.
“Justo después de esa visita, se abrió la posibilidad de participar en la elección del Centro Vecinal, para que puedan estar otros vecinos y vecinas con propuestas reales para el barrio”, dice Claudia entusiasmada y siente que esa apertura, fue su bendición. La bendición de Cecilia.

