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Microplásticos: el ingrediente secreto en tu comida

Nacemos, crecemos y morimos en un mundo que pesa más en plástico que en mamíferos y donde cada uno de nosotros come no menos de 5 gramos de plástico por semana. Desde hace al menos setenta años hay pruebas de la capacidad de ese material de habitarnos (y eventualmente afectarnos) de modos que no podemos imaginar, ni mucho menos ver.

Por Fernanda Sández para Bocado

Flota, se mueve, gira en remolinos. No para de crecer. Es casi tan grande como Rusia –unos dieciséis millones de kilómetros cuadrados- pero no tiene ni un solo habitante. Tampoco podría: se arma y desarma al compás de los movimientos oceánicos, de los desechos plásticos que el agua quiera arrastrar. Se llama Estado del Parche de Basura (http://www.garbagepatchstate.org/) y es, al mismo tiempo, un grito de auxilio y un proyecto artístico ideado por la arquitecta italiana María Cristina Finucci e inspirado en las famosas islas de basura que flotan en los mares. Después de todo, ese país conformado por las cinco islas de basura plástica repartidas entre los océanos Indico, Pacífico y Atlántico no es sino una señal de alarma. El síntoma de un mundo que en sólo siete décadas se volvió adicto al plástico y en eso sigue, convencido de que la mejor manera de olvidar lo que molesta es tirarlo bien lejos y dejar que la marea haga su trabajo. Pero no.

Cuenta el periodista Graziano Graziani en su Atlas de micronaciones (Ediciones Godot) que al principio a la artista se le ocurrió hacer una serie de postales con la leyenda “Greetings from The Garbage Patch State” (Saludos desde el Estado de Parche de Basura) e imágenes de gente tomando sol sobre montones de basura. Pensó incluso en hacer las fotos en las islas reales pero, como ella misma dice “descubrí que el plástico, con el tiempo, está sujeto a fotodegradación y se vuelve invisible”. Aunque no se lo vea, sigue ahí en el mar y también acá, bien cerca. Dentro de la alacena. Hoy el 90% de la sal de mesa que se consume alrededor del mundo contiene diminutas porciones de plástico, lo demostró una investigación realizada en 2018. Y no hablamos de un mundo lejano: en Rosario, Argentina, otro estudio encontró micropartículas plásticas en casi la mitad de las muestras de sal de mesa analizadas.

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(Imagen: Adobe Stock)
Otro tanto sucede con el agua que bebemos o las latas que abrimos. Fragmentado y vuelto a fragmentar, reducido a partículas del tamaño de un grano de arroz (microplástico) o aún más pequeñas (nanoplástico), el plástico siempre estará de regreso y por mucho tiempo.

Por ejemplo, un envase de gaseosa hecho en tereftalato de polietileno, o PET, tardará 450 años en degradarse. Y el paso del tiempo solo lo convertirá en algo más peligroso. Así lo demostró en 2019 un estudio de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) publicado en la revista Science of the total environment. Fueron identificados 81 contaminantes presentes en los microplásticos que llegaban a las playas. ¿Qué había? De todo. Por ejemplo, los pesticidas DDT y clorpirifós que – como muchas otras sustancias peligrosas para la salud humana- pueden encontrar en el plástico un “transporte” ideal. También bacterias y patógenos encuentran en la plasticósfera un buen sitio para crecer y multiplicarse. “Los plásticos, además de las consecuencias sobre el medio ambiente, tienen un efecto directo sobre los seres vivos, ya sea por ingestión o por toxicidad”, precisa la toxicóloga Elda Cargnel, miembro del Panel de Salud y Ambiente de la Sociedad Argentina de Pediatría y jefa de la unidad de Toxicología del Hospital de niños Ricardo Gutiérrez. “Pueden actuar como vehículo de especies invasoras y adsorber en su superficie otros contaminantes como los BPCs, los HAPs o el DDT, incrementando así el efecto tóxico propio debido a los componentes que poseen tales como plastificantes, aditivos, metales pesados”.

Es que para que un producto derivado del petróleo -como de hecho lo es el plástico- no se prenda fuego ante la más mínima chispa se le agregan sustancias ignífugas, así como para que resulte fácil de modelar se le suman plastificantes. En síntesis, detrás de cada cosa hecha de plástico -no importa si un pote de crema, un esmalte de uñas o algo tan imperceptible como las fibras que se desprenden de un tejido sintético- hay mucho más de lo que declaran las etiquetas. Bajo el eterno mantra del secreto industrial se han ocultado sustancias que van desde el tristemente célebre Bisfenol A (BPA) hasta el impronunciable ftalato, pasando por toda una panoplia de aditivos cuyas interacciones con otros químicos y potenciales impactos sobre la salud humana tampoco se mencionan. “No podemos decir entonces que son inertes por la liberación de estas sustancias que se utilizan en su constitución. El plástico es una amenaza mundial para la salud humana”, alerta Cargnel.

Comer, beber y respirar plásticos
Lo que se descartó, volviendo. Lo que debía desaparecer, regresando. La bandera del país de desechos -creado por Cristina Finucci y reconocido por la UNESCO en 2013- también habla de eso. Porque se parece al símbolo del reciclado, sólo que aquí las flechas han enloquecido: ya no son verdes sino rojo alarma; ya no dibujan un círculo virtuoso, van para cualquier lado. Son la síntesis del desquicio plástico en el que nos hemos acostumbrado a vivir.

Desde 1950 -cuando las petroquímicas hicieron del plástico su nuevo producto estrella- unos 8.500 millones de toneladas métricas de plástico ingresaron al ambiente, según el estudio Producción, uso y destino de todo el plástico alguna vez fabricado, el más exhaustivo informe realizado hasta la fecha. El 91% de todo ese plástico terminó en basureros o en el mar mientras que 12% fue incinerado y sólo 7% se recicló. Cerca de 8 millones de toneladas de plástico entran anualmente a los océanos y ahí se quedan. Para que una tortuga confunda a una bolsa de polietileno con una medusa, y se la trague, pero también para que el peligro vuelva a casa, fresco o enlatado. Así lo estableció en junio de 2019 un estudio de la Universidad de Newcastle, en Australia. Ese trabajo revisó la literatura sobre exposición humana a los microplásticos y habló de “una preocupación significativa dado que pueden plantear una amenaza directa (por ingestión) o indirecta (al actuar como potenciales estresores o vectores de contaminantes) para los humanos”.Y si bien todos estamos expuestos, “los bebés y los niños son especialmente vulnerables a ciertas sustancias involucradas en los productos plásticos. Por ejemplo, los ftalatos. Además, diferentes tipos de plásticos fueron detectados tanto en la placenta como en el meconio”, advierte la doctora Susan Wilburn, de la ong Salud Sin Daño. Un estudio en menores de un año realizado en Estados Unidos probó que había veinte veces más microplásticos en sus deposiciones que en las de los adultos mientras que otra investigación publicada en Nature Food demostró que durante la preparación de un biberón (que en su mayoría son de polipropileno) se liberan hasta 16 millones de micropartículas plásticas por litro de leche.

Fuente: La Tinta

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