Ubelino y el arte de armar palabras
Una artesanía que conjuga el tiempo en pasado y lo devuelve al siglo XXI con el orgullo de ser el único periódico local impreso. “Somos un poco la historia de Cruz del Eje”, dice Ubelino
Un largo paredón de cemento se extiende hacia el sur oeste de Cruz del Eje, en la provincia de Córdoba. Adentro guarda esqueletos oxidados, vagones del ferrocarril, anclados en la vía desde 1978. Sobre el final -en una casona de 1912- resiste la imprenta del periódico La Idea, que aún lleva las palabras al papel.
En la vereda y sobre la puerta de madera, Carlos Ubelino Castro Cuello, “don Castro”, se ríe. Mira para la foto e insiste en “lo vetusto” de su figura. Antiguo, como las letras que aún enlaza manualmente para armar los pliegos de La Idea. “Somos un poco la historia de Cruz del Eje”, dice, quizás, el último de los linotipistas que hace 63 años mantiene el oficio como a su vida misma.
Los vestigios de todo un siglo se agrietan en las paredes del edificio. Ubelino se acomoda en la silla. El mate tiene la yerba oscura, hace horas que dejó de cebar. La radio trasmite alguna noticia que no se entiende. Está fuerte. La apaga y vuelve a acomodarse.
El 26 de enero de 1959 entró por primera vez a la imprenta y desconocía por completo el oficio. Tenía catorce años, era el segundo de cinco hermanos y había emigrado con su familia desde el Simbolar, un pequeño pueblo a 20 kilómetros de Cruz del Eje. “Abandoné la escuela porque en mi casa hacía falta la ayuda. Soy hijo de un empleado policial. En los años ’50 los policías ganaban menos que un lustrabotas”.
El padre de Ubelino era policía en la Estación Ferroviaria. Más de dos mil personas estaban empleadas en los talleres del ferrocarril. Las calles eran un tumulto. “Cruz del Eje era un festival”, dice don Castro y recuerda que su padre pasaba todos los días por la puerta de la imprenta y le dijo que le buscara un trabajo ahí: “acá no le decían que no a nadie, así que… adentro”. Cuando ingresó creyó que iba a escribir a máquina, pero le dieron la escoba y estuvo cinco años barriendo mientras aprendía de los mayores.
La guillotina -enorme- está casi a la entrada de la casona. Se apoya en su rueda de hierro, la observa, debe tener cien años. Una reliquia que todavía usa cuando recibe las resmas del papel y las corta para darle el tamaño definitivo a La Idea.
En la sala, las máquinas están rodeadas de muebles de madera con cajones. Adentro hay miles de letras de distintas tipografías que sólo Ubelino distingue de memoria. Las notas también las recibe en papel, pero escritas en computadora. Las Fiestas Patronales, eventos artísticos locales, cumpleaños, obituarios, análisis de política nacional, van conformando la identidad de La Idea. Con colaboradores fijos, en general desde la Asociación Amigos de la Idea, le van acercando notas a Don Castro para que vaya armando el diario, cuenta Graciela Gonano integrante de la Asociación y redactora.
“Hay una pequeña técnica” -señala Ubelino levantando apenas los lentes del puente de su nariz- y explica el mecanismo que lleva grabado por décadas en el movimiento de sus dedos: “los tipos de letras están distribuidos en diferentes cajetines donde va una determinada letra, entonces así hacemos el abecedario”. Debajo de un foco que está siempre encendido pone el material que debe transcribir. Elige para el armado un rincón cerca de la puerta que da al patio, ahí tiene mejor luz y pasa hasta más de ocho horas para armar una hoja del periódico. Cuando aparece una letra equivocada, la saca con una pinza y la repone con la correcta, “porque siempre se trasponen de cajetín”, aclara.
Cada letra móvil de plomo se coloca al revés -de derecha a izquierda y de abajo hacia arriba- se forman las oraciones, como un sello, en espejo. “Las publicidades quedan permanentes. Una vez completa la página van a la impresión, se pone tinta en los rodillos y se imprimen”. Igual que un pasquín de principios del siglo XX, las historias se impregnan en el papel con linotipos móviles. Una artesanía que conjuga el tiempo en pasado y lo devuelve al siglo XXI con el orgullo de ser el único periódico local impreso. Si la máquina anda bien, Don Castro puede sacar veinte pliegos por minutos simple faz y completa una tirada de 500 ejemplares, que distribuye personalmente, una vez por mes.
Hasta los años ’80 La Idea se distribuía por correo. Hoy es más caro el envío que el periódico. Se imprimían 2500 y llegaban hasta Uruguay. Salía junto al Iris, una publicación de poesía de Montevideo. Al igual que ahora, la mayor parte de la venta era por suscripción. “Acá y en todo el país. Comodoro Rivadavia, Río Negro, Capital Federal. Los cruzdelejeños que se iban a trabajar a otras provincias para no olvidar su pueblo, pedían que se lo envíen. Aunque a veces se olvidaban de venir a pagar!”.
En mayo de 1978, la última dictadura cívico militar frenó el tren para siempre. Decretó su final y la demolición de los talleres. Como un dominó, comercios, servicios y pequeñas industrias vinculadas al olivo y frutales, comenzaron a bajar sus persianas. Catorce años después se conformaría la Coordinadora de Desocupados de Cruz del Eje, siendo esta localidad del noroeste cordobés una de las primeras en comenzar con los cortes de ruta y las ollas populares en medio del hambre y la desesperación colectiva. Las calles que rodeaban a la imprenta ya no eran tumulto. Era 1994 y en La Idea, de los diez tipógrafos, sólo quedaban tres, entre ellos Ubelino.
Las letras de la clase obrera
Nicolás Pedernera inauguró la imprenta en 1908. Anarquista devenido en radical, periodista de oficio y de pasión, como dice don Castro, comenzó a imprimir Tribuna de Cruz del Eje, cuyos ejemplares -que aún se conservan- datan de 1915. Fue el 9 de julio de 1923, cuando salió por primera vez La Idea, casi un centenario de vida.
En 1890 llegó el tren a Cruz del Eje. El barrio que alberga a La Idea tenía la impronta del ferrocarril. Ese mismo año se construyeron los talleres donde se reparaban máquinas, vagones de pasajeros y de cargas. La imprenta estaba inmersa en ese “festival” que comenzaba a convertir a Cruz del Eje en la quinta ciudad más importante de Córdoba. Con el paso de las décadas, la región fue un punto de referencia obrera, un foco de huelgas y luchas donde la prensa se convertía en una tribuna de debate e identidad. Los rieles se conectaban con aquellas primeras letras que fueron parte del ideario libertario de comienzos del siglo pasado.
Fue hacia finales de 1940 y hasta el 2004, cuando Temístocles Pedernera, el hijo del fundador, estuvo a cargo de la dirección. En 2013, luego de fallecer Dreifo Omar Álvarez, su último director, se conformó la Asociación Amigos de la Idea, con dos objetivos: mantener el periódico y clasificar y preservar el material.
Hace cinco años que se está organizando un archivo con aquellos periódicos centenarios, guardados en el Centro Cultural El Puente de la localidad. Desde la Asociación Amigos de la Idea están llevando un proceso de clasificación, con el apoyo de docentes y estudiantes de la carrera de Archivología de la Universidad Nacional de Córdoba.
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Las manos de don Castro tienen el color de la tinta negra, calada en cada frunce que conforma a las arrugas de sus 77. Hace más de un año que no vuelve a dormir a su casa. Viudo y con tres hijos grandes, eligió quedarse en la casona, en la que era la habitación de Temístocles, quien fue su patrón y su amigo. Cada tanto lo acompañan Gastón de 23 y Wilton de 19. Dos cadetes que lo ayudan y están aprendiendo el oficio. “Al menos tengo algo de compañía”, dice contento.
La luz no entra del todo. Es una sombra agrietada que de vez en cuando se resigna y atraviesa las paredes descascaradas. Hay una claridad a medias. En sepia. “Este lugar es mi vida. Acá he crecido. Me he criado desde niño”, asegura al final y desea que la imprenta se pueda convertir en un “museo viviente”, porque a pesar de lo “vetusto” -insiste- “se sigue trabajando”.