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Córdoba: un nuevo juicio por crímenes de lesa humanidad

Se cumplen 47 años de la última dictadura cívico-eclesiástica y militar, y llegar a la verdad sigue siendo una necesidad vital para la sociedad. El 9 de marzo pasado, comenzó el juicio número 13 por delitos de lesa humanidad en la provincia de Córdoba por el secuestro y tormentos a tres militantes peronistas en agosto de 1979 y la tortura seguida de muerte de uno de ellos. Están acusados tres ex militares del Destacamento de Inteligencia 141 del Ejército.

Compartimos la nota de Alexis Oliva para Será Justicia

La tortura asesina, el saqueo y la complicidad

Comenzó en Tribunales Federales un nuevo juicio por crímenes de lesa humanidad, el 13º celebrado en Córdoba desde la anulación de las leyes e indultos que beneficiaron a los responsables del terrorismo de Estado en la Argentina.

La “Causa Barreiro” investiga la “privación ilegítima de la libertad agravada” de Rubén Amadeo Palazzesi, José Jaime Blas García Vieyra y Nilveo Teobaldo Domingo Cavigliasso, la “imposición de tormentos agravados” a García Vieyra y Cavigliasso y de “tormentos agravados seguidos de muerte” en perjuicio de Palazzesi.

Por estos delitos, están acusados los ex oficiales del Ejército Ernesto Guillermo Barreiro y Carlos Enrique Villanueva y el ex suboficial Carlos Alberto Díaz, todos con condenas anteriores firmes por otros crímenes imprescriptibles cometidos en contexto represivo. Las víctimas eran militantes políticos y sindicales, enrolados en el Peronismo de Base (PB) y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).

Más de dos años después de finalizado el último juicio de lesa humanidad en Córdoba, la primera jornada, presidida por los jueces del Tribunal Oral Federal N° 2, Julián Falcucci, Noel Costa y Fabián Asís, se desarrolló con la lectura de la acusación y el testimonio de la viuda y la hermana de una de las víctimas.

Fiscales y querella en la primera audiencia del Juicio Barreiro, el 13° juicio por delitos de Lesa Humanidad que se tramita en Córdoba. Foto: Archivo Provincial de la Memoria / Pablo Becerra.

Crímenes alevosos y mentiras oficiales

En la investigación realizada durante la instrucción se pudo comprobar que Palazzesi y García Vieyra fueron secuestrados por el Ejército el 12 de agosto de 1979 en una calle de barrio Parque Vélez Sarsfield y conducidos a una casaquinta de barrio Guiñazú cercana al Liceo General Paz, convertida en centro clandestino de detención.

Diez días después, corrió la misma suerte Cavigliasso, esposo de la hermana de Palazzesi, también militante de la izquierda peronista y ex delegado sindical en la fábrica Transax, detenido en su domicilio de Villa Revol y trasladado a esa misma quinta de la que había sido despojada la familia Viotti, también víctima del terrorismo de Estado.

Allí fueron sometidos a condiciones extremas de hambre, sed y frío, interrogados y torturados con picana eléctrica y brutales golpizas, por represores del Tercer Cuerpo de Ejército y de la Escuela de Mecánica de la Armada, según el testimonio de los sobrevivientes.

En ese contexto, Palazzesi fue asesinado en una sesión de tortura. Para “encubrir las verdaderas causas del deceso”, las autoridades del Ejército “informaron públicamente que el fallecimiento de Palazzesi había acaecido en oportunidad de trasladarlo a Buenos Aires y por intentar fugarse” en el mismo móvil en que viajaban, señala el requerimiento de elevación a juicio del fiscal Facundo Trotta.

En ese comunicado, publicado el 28 de agosto de 1979, informaban: “Ante esto se inicia (una) persecución que termina cuando (el) automóvil guiado por el D.T. (delincuente terrorista) por maniobrar cae (del) terraplén y se imposibilita y se incendia, pereciendo carbonizado el mismo, ante imposibilidad por (la) magnitud de siniestro y presencia en el vehículo de granadas”.

García Vieyra y Cavigliasso sobrevivieron, fueron trasladados al sistema penitenciario y “legalizados” como presos políticos.

Testimonios, del horror a la dignidad

En coincidencia con el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, los primeros testimonios, además de arrojar luz sobre la causa, fueron una oda al coraje y la resistencia femenina, al dolor por la pérdida de los seres queridos convertido en compromiso colectivo.

Cristina Guillén de Palazzesi, 78 años, docente universitaria jubilada, declaró que se enteró el mismo día del secuestro de su marido y tuvo claro lo que podía ocurrirle: “Estábamos en plena dictadura y ya sabíamos que eso significaba desaparición y muerte”. Su primera reacción fue poner a salvo a sus hijos de cinco, tres y un años de edad en su casa paterna. Pero tras ella llegaron los represores y se la llevaron detenida con su padre, quedando los niños al cuidado de su abuela.

«En una oficina me hacen sacar el reloj y me lo roban. Yo estaba vendada, me hacen un interrogatorio, dos personas, y me amenazan con traer a los chicos a ese lugar. Yo sentía que eran capaces de cualquier cosa.»

“Nos llevan al D2 (Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba), nos golpean y torturan, y mi papá después contó que le gatillaban en la cabeza –relató la testigo–. En una oficina me hacen sacar el reloj y me lo roban. Yo estaba vendada, me hacen un interrogatorio, dos personas, y me amenazan con traer a los chicos a ese lugar. Yo sentía que eran capaces de cualquier cosa. Me dejan tirada en un colchón en un baño. Después nos llevaron a la UP1 (Unidad Penitenciaria N° 1), en barrio San Martín, donde estuvimos unos cuatro meses y medio en celdas individuales e incomunicados: mi cuñada Stella Maris, mi papá y yo”.

Su llegada a la cárcel de barrio San Martín coincidió con la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a Córdoba. “Llega la delegación de la CIDH, entran al pabellón y había un biombo que separaba las presas legales de nosotras. ‘¿Hay alguien más acá?’, preguntan. ‘No, no hay nadie más’. Cuando escucho eso empiezo a gritar y saco el brazo por el pasaplatos. Entonces me sacaron y ahí pude denunciar lo de Rubén”, recordó Guillén.

“Estuvimos incomunicados hasta diciembre del 79. Entonces, nos llevaron a los niños. Al más chico le tendí los brazos y me los negó. Se dio vuelta así…”, relató con la voz quebrada. “Perdón… el abandono… Claro, tenía un año, qué podía saber. El del medio me preguntó: ‘¿Qué le hicieron a papá? ¿Le pegaron un tiro con una pistola?’. ‘Sí, lo mataron con una pistola a papá’. Yo pensé que lo mejor era decirles la verdad”, añadió.

Ella se había enterado del destino de su marido cuando el director de la penitenciaría la convocó a su oficina para mostrarle un radiograma con el relato oficial de su muerte: “Yo no les di con el gusto de derramar ni una lágrima”. Y pudo saber la verdad cuando su cuñado Cavigliasso llegó a la cárcel y le contó que “el lugar era espantoso, los golpeaban y torturaban con picana, y que vio a Rubén en el baño y orinaba sangre”. Días después, Rubén murió porque “varios lo golpearon hasta matarlo”. “Sus restos estaban en Campo de Mayo, lo fueron a buscar y lo velaron y sepultaron en Oliva. Cuando le cuentan a mi suegra, ella inmediatamente hace un cáncer de pecho. Miren qué cosa más simbólica: un cáncer de pecho”, reflexionó.

También relató que los militares se apropiaron de dos casas de la familia y de un camping. “Nos robaron todo, hasta el karting de mi nena que tanto le gustaba –lamentó Cristina–. Cuando me hicieron el Consejo de Guerra les pedí que me lo devuelvan”. En ese tribunal militar fue acusada de “subversiva” y “asociación ilícita” y condenada a quince años de prisión, en paralelo a una causa penal iniciada en la Justicia federal. “El que divide la causa ahí (entre Justicia militar y civil) era Luis Rueda (el fallecido ex presidente de la Cámara de Apelaciones de la Justicia federal de Córdoba), que entraba al Tercer Cuerpo de Ejército como Pedro por su casa, con un saco azul de botones dorados desprendido. Él les decía a los milicos cómo tenían que hacer”, relató Guillén. A indagarla en la cárcel “fueron (el juez Miguel Ángel) Puga, (el defensor Luis Eduardo) Molina y (el juez Gustavo) Becerra Ferrer, que eran jueces de la dictadura”. “Por eso tengo que decir que esta es la primera vez que estoy frente a jueces de la democracia”, valoró.

Volver al lugar de la verdad

Stella Maris Palazzesi de Cavigliasso, 83 años, contó que desde principios de agosto del 79 un grupo de efectivos del Ejército fue a su casa en busca de su hermano Rubén y desde entonces patrullaban su manzana todos los días. “Nosotros ya estábamos enfermos, ni salíamos a comprar porque teníamos miedo”, rememoró. El 12 de ese mes escuchó en la radio la noticia de la detención de su hermano y el 22 vinieron a llevarse a su marido, Nilveo Teobaldo Cavigliasso: “Llegan y lo golpean a Teo en el estómago. Un personaje gordo, cabeza ovalada, me puso una almohada para taparme la cabeza. Mis tres hijas estaban arriba y nos quedamos llorando”.

A la mañana siguiente, su padre vino desde la ciudad de Oliva a buscarlas. Pero ahí también los controlaban y Stella Maris volvió a Córdoba para intentar averiguar el paradero de su esposo y su hermano. Con el abogado Jaime García Vieyra, padre del joven detenido con su hermano, fueron a la sede de Tribunales de Obispo Trejo, donde les mostraron una circular donde el Ejército informaba tener detenidos a Palazzesi, García Vieyra y Cavigliasso. “Eso era reconocer que los tenían y que estaban vivos”, dijo la testigo.

Ya de regreso en Oliva, el 29 de agosto un militar uniformado llegó a su casa. “Vengo a traer una noticia: se mató Rubén Palazzesi”, les soltó. Stella Maris lo agarró de las solapas: “¡Cómo puede hablar así sobre la muerte de un hijo de mi padre!”. “Sí, él agarró el volante, el coche se cayó y se incendió”, insistió el policía antes de retirarse. Al rato, volvieron a detenerla. Su padre la acompañó a la comisaría donde le informaron: “Quédese tranquilo que ella va a la penitenciaría”. “Ahora me voy a Campo de Mayo a buscar a Rubén”, le dijo su papá al despedirla.

Ya en la cárcel de Córdoba le anunciaron que también iba a ser sometida a Consejo de Guerra. El 21 de septiembre, una guardia le contó que su esposo había sido alojado en el pabellón de presos políticos. “Eso fue un alivio. Espiando por la ventana, lo veo. Estaba todo morado, golpeado, sólo se le veían los ojos verdes –relató Stella Maris–. En diciembre me hacen el Consejo de Guerra y recién ahí puedo ver a mis hijas. En ese Consejo de Guerra lo vi al doctor Rueda, secretario de Puga, que se abrazaba con los militares. Por eso pensé que él sabía que lo habían matado a Rubén”.

Stella Maris fue trasladada a la cárcel porteña de Villa Devoto y su esposo a la de La Plata. Ella estuvo presa hasta el 24 de diciembre de 1982 y él hasta agosto del 83. “Fue difícil recuperar la familia. Fue muy duro empezar de nuevo, ver a mi padre muy triste por haber perdido a su único hijo”, manifestó.

Con el retorno democrático comenzó otro proceso, el de la búsqueda de verdad y justicia para su hermano: “Teo siempre quiso encontrar el lugar. Nosotros leíamos el diario de la Conadep (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas) y él comenzó a leer sobre la causa Viotti. Cómo era la casa, los pisos de madera, una estufa de piedra… ‘¡Esta es la casa! ¿Me querés acompañar?’”.

«En el baño vimos las manchas de sangre. Yo salí despavorida. Ahí recién hice el duelo de mi hermano. Al día siguiente fuimos a los organismos de derechos humanos”

En Guiñazú, los vecinos les indicaron una casa donde “la gente del Ejército llevaba comida” y los alertaron: “No vayan, son criminales”. Pero igual fueron: “Había una madera cruzada en el portón. Yo con mucha angustia, porque ahí habían matado a mi hermano. Entramos. ‘Esta es’, dijo Teo. En el baño vimos las manchas de sangre. Yo salí despavorida. Ahí recién hice el duelo de mi hermano. Al día siguiente fuimos a los organismos de derechos humanos”.

Sobre el final de su relato, la testigo citó las palabras de su esposo: “Yo encontré el lugar donde estuve y donde mataron a Rubén. Algún día esto se va a saber”.

Fuente: https://serajusticia.ar/tortura-asesina-saqueo-y-complicidad/

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