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Cruz del Eje: comienza el juicio por el crimen de Joaquín Paredes

El 25 de octubre de 2020, Paso Viejo tembló. Cientos de balas de la policía detonaron la madrugada. Joaquín Paredes tenía 15 años cuando se encontró en medio de la balacera que le quitó la vida. Finalmente, a casi tres años de su crimen, el 24 de julio comienza el juicio por jurados en los Tribunales de Cruz del Eje contra los policías que lo asesinaron.

El camino se hace una llanura ondulada. Es el noroeste de Córdoba que deja atrás el reflejo de las sierras y se abre en una planicie bordeada de palmas de Caranday y algarrobos. A 183 kilómetros de la ciudad capital, la entrada a Paso Viejo -departamento de Cruz del Eje- se indica con una mole de cemento amarilla y roja en vertical. La comuna de los 1000 habitantes, donde alrededor de la mitad son policías y sus familiares. La comuna que fue parcelas de algodón, hoy cargada de olivares, papas y cebollas. La comuna del paisaje despejado y las calles anchas que sostienen tres murales en memoria de Joaquín Paredes: el pibe de 15 años que murió la madrugada del 25 de octubre del año 2020, cuando la policía disparó sobre un grupo de jóvenes 112 balas.

La mañana del 24 de octubre de ese año, Joaquín trabajó para la ferretería del barrio. Ese día fueron a descargar material a Tuclame, a cinco kilómetros al noroeste de Paso Viejo. A la tarde se quiso cortar el pelo, pero encontró todo cerrado. Todavía regía el decreto de aislamiento social por la pandemia del Covid 19. Era sábado y Joaquín se había afeitado antes de salir para lo de un amigo: “tenía la cara suavecita”. Con esa sensación se quedó su prima, la última vez que lo vio. Como un arrullo que vuelve a pasar por el corazón tantas veces.

La noche del 24 de octubre, los policías de Paso Viejo tenían Covid. Para hacer la guardia, vinieron efectivos de las localidades de Villa de Soto y de Córdoba. Era la primera vez que trabajaban en Paso Viejo.

– Guardá eso, sino estamos haciendo nada –le dijeron a la policía un grupo de jóvenes que estaba en la plaza del pueblo. Eran las dos y media de la mañana y los uniformados guardaron el arma y se subieron al móvil.

Los chicos se fueron para al cumpleaños del “Cañita”, que quedaba en una casa detrás del dispensario de la comuna. Cerca de las cuatro y media de la mañana, Joaquín salió de lo de su amigo para ir saludar al cumpleañero. “No alcanza a saludarlo que llega la policía, los encierran con dos camionetas y un móvil por el medio”, dice Maribel Paredes, su tía.

En medio de un despliegue de patrulleros y luces, los policías insistían en disparar, y lo hicieron. Primero al aire, después hacia los chicos. Eran más de diez y salieron corriendo, se querían esconder atrás de la ambulancia del dispensario. Todos eran menores de edad. Treinta tiros fueron al principio. La noche quedó paralizada.  

 –Que los caguen matando  –dijo un vecino cuando Joaquín les pidió que le abran la puerta. “El sobrino de esa gente, era el del cumpleaños”, dice Esteban Paredes, el abuelo de Joaquín, con la angustia anudada en la voz.

La enfermera del dispensario estaba asustada y tampoco los dejó pasar. Se fueron para la comisaría, mientras la misma policía los siguió haciendo un tiroteo continuo hasta descargar los 112 cartuchos. El silencio se descascaraba, como la vida. Una nube de ruido y pólvora cubrió a la comuna.

En la casa de los Paredes se despertaron con los tiros que sonaban a una cuadra y media de distancia. Estaban Beatriz Bustos, la abuela de Joaquín, Esteban Paredes, su abuelo, su tío Rubén con su familia y su tía Maribel con su hija. 

Esteban abrió los ojos a las cuatro de la mañana y se sentó en la cama. Vio que Joaquín no estaba. Maribel se despertó primero con la luz del teléfono. Beatriz se había levantado al baño y antes de volver a acostarse, golpearon la puerta:

– Beatriz andá a ver, a Joaquín le pegaron –le avisó una vecina.

– Rubén le pegaron a Joaquín! –le dijo después Maribel a su hermano y salieron de la casa.

– Mari vení te van a tirar –le decía su papá.

– No me importa me voy a verlo a Joaquín.

– Joaquín, Joaquín –lo llamaba su tía cuando llegó al lugar y lo vio tirado en el piso.

 – No te va a escuchar. Joaquín está muerto –le dijeron. Y a Maribel se le vino el mundo encima.

Según sus amigos, Joaquín cayó boca abajo, vieron que tenía sangre por la espalda y lo dieron vuelta. Quiso decirles algo y no pudo.

Afuera, en la vereda de su casa, Esteban lo esperaba. Vio venir un chico y comenzó a llamarlo, lo tomó del brazo hasta que el joven le pidió que lo soltara, mientras le intentaba decir que él no era Joaquín.

A veces, la tristeza cambia el ritmo de lo que acontece, la desesperación lo acelera y la realidad termina siendo un híbrido de la que se quiere despertar.

“Los policías entraron a un lugar privado. Hoy hay cinco que van a ser juzgados, pero había más, porque pidieron refuerzos”, explica Esteban, quien fue durante veinticinco años policía, diez en Paso Viejo, y no recuerda haber vivido jamás algo similar.

“La policía dijo que la bala que le pega a Brian en el brazo, llega hasta el pecho de Joaquín. No fue así”, cuenta Maribel y agrega que Paola, la mamá de Brian, quién estaba en el mismo lugar esa noche, recibe constantes allanamientos en su casa: “le entran todo el tiempo. No sabe leer, la volvían loca, entraban y le sacaban cosas”.

Familia de Joaquín, junto a la mamá de Brian

En Paso Viejo se conocen todos. Esa madrugada muchos vecinos y vecinas salieron para la plaza. “La comisaría quedó hecha pedazos. Fueron todos ahí y los recibieron a los tiros”, dice Maribel. Pero el pueblo se divide. En las marchas ya no acompañan como esa noche cuando la indignación se reventó en el aire. Cuando el derecho a la vida quedó aniquilado. El por entonces jefe comunal, Darío Heredia, sólo estuvo al principio. Algunos optan por no meterse. Otros, tienen miedo. “De los policías imputados, Alvarado, es el cuñado del Cañita y primo de otro de los chicos que estaba con Joaquín”, explica Maribel. “La misma policía salía a tomar con los chicos. Joaquín también compartía comidas, asados, bicicleteadas”, cuenta Esteban.

A los días del asesinato de Joaquín, Ochoa, uno de los policías que había tenido Covid, quiso hablar con Beatriz y Esteban. “Si yo hubiese estado, esto no hubiese pasado”, les dijo con remordimiento.  

Hoy, de los seis imputados, uno solo quedó detenido: Mayķel Mercedes López (24), acusado de ser el responsable del disparo que asesinó a Joaquín. El resto: Enzo Ricardo Alvarado (28), Iván Alexis Luna (24), Ronald Nicolás Fernández Aliendro (26) y el sargento Jorge Luis Gómez (33), Alberto Daniel Sosa Gallardo, recuperaron la libertad bajo fianza.

El dispensario y el lugar de lxs pibes

Joaquín nació un 2 de noviembre de 2004 en Paso Viejo y se crió con su mamá -Soledad- y sus abuelos. En el año 2019, estando su mamá en Córdoba con su hermana más grande y su hermano más chico, Joaquín decidió irse para allá. “No se acostumbró. Llamaba y extrañaba mucho”, dice su abuelo que lo terminó yendo a buscar ese mismo año. “Parece que sos el rey de los pajaritos”, le había dicho Beatriz, su nona, como le gustaba nombrarla, cuando regresó de Córdoba, después de haber estado viviendo ahí unos meses. “No alcanzó a llegar que estaba con todos los niños”, dice Beatriz.

Beatriz Bustos pasa todos los días por el terreno del dispensario. Lejos del recuerdo que opacó sus vidas, en el mismo sitio de la balacera, hay velas, carteles y flores. Un ramillete de margaritas blancas crece como si todo el año fuera primavera. Bajo la sombra de un tala, el rostro de Joaquín se asoma en el mural que lo recuerda con una sonrisa enorme. De las ramas cuelgan atrapa sueños y abajo los bancos arman la ronda. Joaquín los convoca. Amigos, amigas, familiares y profesoras de su escuela, ahí se encuentran.

Cada miércoles a la siesta se reúnen en asamblea. Quieren pedirle a la comuna que ese lugar sea un espacio para la juventud del pueblo. “Algunos jóvenes van solos, por ahí sabemos pasar y están ellos. Viernes o sábados a la noche. Yo voy a limpiar y sé que se juntan”, cuenta Beatriz que ya incorporó la pasada por el mural en su camino. “Voy con una señora amiga, o cuando voy a la doctora, paso y dejo flores”, comenta mientras se acuerda que hasta sexto grado iba a la escuela de Joaquín y preguntaba como estaba su nieto, hasta en la secundaria llegó hacer algunas veces lo mismo.

Los y las jóvenes de Paso Viejo suelen trabajar en las parcelas de papa y cebolla, por temporada. Hay un club, salen a jugar a la pelota o a “trampear pájaros”, como dice Esteban. Pero después del 25 de octubre del 2020, a lxs pibxs les falta algo. Hay silencio. Hay desconfianza. Uno de los amigos se ahorcó en febrero de este año, otro lo intentó dos veces.

La justicia se anhela. Es una forma, acotada, muy acotada, de enfrentar al vacío que arrastra su sombra.

“Todos dispararon: todos mataron a Joaquín”

“Es muy duro lo que se viene, es revivirlo todo. Tenemos que estar más fuertes que nunca”, dice Soledad Paredes cuando piensa en el juicio. “No los quiero ver. Pedimos perpetua para todos”, enfatiza Beatriz y opta por no ir. “Si tengo que declarar voy a pedir que no estén”, agrega Maribel.

Soledad Paredes. Foto: Ezequiel Luque.

La causa está caratulada “Alvarado, Enzo Ricardo y otros P.SS.AA homicidio calificado”. A fines de mayo el abogado defensor de los imputados, Hugo Luna, pidió que se le prohibiera la entrada a la madre de Blas Correas, víctima de gatillo fácil en Córdoba. “Soledad Laciar va a estar acompañándome, por más que la defensa de los policías pidió que no esté, no sé a qué le tienen miedo”, expresa la mamá de Joaquín.

La Cámara Criminal y Correccional de Cruz del Eje, integrada por los vocales Ángel Francisco Andreu, Ricardo Arístides Py y Javier Rojo, fijó -en principio- dos semanas de audiencias. Sin embargo, se presentarán más de setenta testigxs que posiblemente dilaten los tiempos establecidos para el debate oral.

“Voy a tener que mirarle la cara a los cinco, a tres no los conozco. Queremos que sea una condena ejemplar, no queremos que otra familia pase por lo que pasamos y seguimos pasando”, manifiesta Soledad y reconoce que ese dolor que lleva tan adentro, por más justicia que se haga, jamás se irá de ella. “La pérdida de un hijo es lo más doloroso que le puede pasar a una madre. No nos dejen solos”, concluye y pide que acompañen en el juicio.

La peor pandemia, es la del policía que mata por la espalda, se escuchó alguna vez, en una de las marchas por Joaquín, en las calles del pueblo de la memoria viva, donde los murales hablan: Nunca gorra, siempre visera. Y se hacen la voz de les pibes: FUERON TODOS.   

La escuela de Joaquín. IPEA 306, Amadeo Sabattini.

*Fotos: Euge Marengo

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