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La algarrobeada

El suelo es una alfombra que huele dulce. Las vainas del algarrobo tienen esa textura que al morderla cruje entre los dientes y dejan en la boca el justo sabor avainalldo de la felicidad. En Mascasín -un pequeño poblado de la Rioja- hace diez años que Cintia y Matías de la organización “Viva el Monte” del Paraje La Travesía, ubicado en el Valle de Traslasierra, cosechan junto a sus pobladores, la chaucha del árbol leyenda.

Mascasín, el pueblo de 40 habitantes que se hizo conocido cuando el eclipse del 2 de julio de 2019 tuvo allí la mayor duración: 2 minutos, es una extensión de tierra polvorienta cargado de grandes ejemplares de algarrobos. Ubicado en el suroeste de la provincia de La Rioja, Cintia y Matías llegaron un día -diez años atrás- golpeando las puertas y con una propuesta: recolectar junto a las familias las chauchas de algarroba y un precio por kilo recolectado.

“Hay un vínculo con la comunidad que va más allá del acuerdo económico”, dicen en su IG Viva el Monte. Desde hace una década, un grupo de familias sabe que a fin de año tienen la oportunidad de generar un ingreso extra. “En promedio, unos 30 kilos de algarroba se juntan en dos horas, y con esta cantidad ganan lo mismo que en un jornal entero haciendo una tarea mucho más liviana”, explican.

La algarrobeada se hace encuentro. Es una fiesta para las comunidades de pueblos originarios y criollos, es una práctica ancestral en el noroeste de la Argentina, basada en cosechar de manera colectiva.

En Mascasín, el mes de diciembre, último del año, es también  el último de la cosecha. Las familias comienzan el trabajo de la recolección. Luego se pesan las bolsas que se fueron llenando, una por una, de chauchas de algarrobo. El equipo continúa poniendo los frutos del monte al sol, para “asolear” los seleccionados y lograr que se sequen.

Como los granos de café o de cacao en las regiones caribeñas, acá el suelo se hace un manto de vainas terracotas que lo recubren todo. “Al final del día hay que resguardarlos y al amanecer entregarlos de nuevo al sol”, dice Matías.

La mirada percibe lo que sobrepasa el relieve de la tierra. Las capas de abajo, desaparecen. El paisaje cambia, como si lo que se veía antes se volviera para adentro, se hiciera pasado, el mundo está lleno de capas. En la asoleada, el horizonte es una línea irregular.

Su aroma dulce, su sabor igual. Recuerda al cacao, pero sin ese tono de amargor en su estado puro. La harina del algarrobo blanco (Prosopis alba) es más avainillada; mientras que de la chaucha del algarrobo negro (Prosopis nigra) se obtiene una harina más oscura, con un perfume más cercano al cacao.

Cosecha en La Travesía, Córdoba

La recolección y el consumo: una práctica ancestral

La algarroba se encuentra entre los alimentos autóctonos más antiguos utilizados en Sudamérica, representando uno de los productos forestales no madereros principales de la Argentina.

Taku, era la manera que tenían las comunidades quechuas del noroeste argentino para designar al árbol, en referencia al algarrobo, nombre que le dan los españoles al ver su parecido a la especie mediterránea que es nombrada así. El algarrobo no es un árbol sino varios de esa misma familia y los pueblos indígenas también le decían Taku en un sentido de respeto y agradecimiento. Protagonista de leyendas y saberes, su fruto -vaina o chaucha chata- fue recolectado por los antepasados de estas tierras, en muchos casos, siendo un elemento central en su alimentación y economía.

Los  usos de los frutos de este árbol longevo, tienen así una historia milenaria. Los morteros, tallados en piedra que aún pueden encontrarse en vastas regiones de nuestro país, son indicadores de cómo las comunidades elaboraban la harina, siglos atrás.

Los algarrobos se distribuyen principalmente en las regiones forestales Parque chaqueño, monte y espinal. Pertenecen al género Prosopis y en Argentina hay 27 especies, de las cuales 13 son endémicas. Pueden crecer en zonas semiáridas, con escasez de agua y alta salinidad y su presencia brinda muchos beneficios al suelo, ya que contribuye a detener el avance de la desertificación y la desalinización.

Se puede elaborar, además de la harina, patay, aloja, helado, chicha, arrope y torrado (sustituto del café). Entre sus múltiples propiedades, este alimento cuenta con varios minerales: potasio, fósforo, magnesio, zinc, silicio; alta cantidad de calcio y hierro; bajo contenido de sodio. Y con las vitaminas: A, B1, B2 y D.

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Hace 20 años, Cintia y Matías llevan adelante la algarrobeada, la recolección colectiva de los frutos del monte nativo: mistol, algarroba, piquillín, chañar. Es a finales y comienzos de cada año, cuando convocan a voluntarios para ser parte de esta experiencia que recorre los territorios del noroeste, mientras conocen a muchas familias que les abren las puertas para hacer posible que esta práctica ancestral perviva en nuestra cultura.

Si te interesa sumarte o conocer más sobre la algarrobeada, podés contactarte al Instagram: viva.el.monte

Fotos: Viva el Monte

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