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A 42 años de la Guerra que se llevó Malvinas

Malvinas es una biografía abierta que se sigue tejiendo. Una guerra, dentro de muchas otras. Daniel Pérez, ex veterano, residente de Capilla del Monte, nos lleva con su relato al 24 de marzo de 1982 y al desembarco en Puerto Leith. La factoría ballenera, los chatarreros, Astiz y el izamiento de la bandera nacional que desencadenó el intento de recuperación de las Islas Georgias, nueve días antes que soldados argentinos pisaran Malvinas.

Un 2 de febrero de 1981, Daniel Pérez se incorporaba desde Córdoba al servicio militar en la Armada. Lo habían destinado a Operaciones Navales en Puerto Belgrano. Durante los meses de instrucción, Daniel también se había ofrecido para enseñar a leer y a escribir: “había muchos analfabetos y eso ayudó a que tuviera un buen destino”, reconoce hoy.

El 2 de abril de 1982 -14 meses después- le debería haber tocado la baja: “nunca me imaginé que iba a terminar en una guerra”, dice ahora, con toda la historia encima, con los detalles tan frescos como el aire del ártico que se le había hecho costumbre.

Daniel en la Plazoleta Veteranos de Malvinas de Capilla del Monte

Como voluntario en la “Campaña Antártica de Verano”, Daniel partió de Buenos Aires la mañana del 26 de diciembre de 1981, junto con 26 integrantes más, al que denominaron “Grupo Playa”, para cumplir tareas de desembarco en el transporte polar Bahía Paraíso. Un mes antes habían cargado las bodegas del buque para provisionar todas las bases antárticas y esta campaña era el viaje inaugural del buque.

Con 132 metros de largo y 19 de ancho el Bahía Paraíso recorrió más de 3000 kilómetros hasta las aguas gélidas del sur del mundo: “el transporte polar se caracteriza porque tiene el casco reforzado para romper el hielo por presión. Tomaba envión y lo rompía o se montaba sobre la capa de hielo y por el peso la rompía”, explica Daniel. Puede llegar a romper una placa de hielo de hasta 1,20 m de espesor; mientras que un buque rompehielos llega hasta los 2,25 metros y puede llegar hasta la última base argentina, que es la Belgrano 3.

“El rompehielos funciona como si fuera una plancha a vapor, a los costados tiene los orificios que van despidiendo vapor y derritiendo el hielo”, dice Daniel y agrega que en las campañas Antárticas se usan los dos buques, el transporte Polar hace de apoyo al rompehielos.

El 18 de marzo de 1982 estaban en Usuhaia cargando las bodegas del buque para la última etapa de la campaña: llevar a las familias que iban a pasar el año en la Base Esperanza, en aquel refugio naval que hoy es un poblado sobre el hielo.

“Pero ese 18 de marzo embarcan en el Bahía Paraíso el entonces teniente Astiz y un grupo de 16 comandos. Termina la campaña, dejamos la mercadería, renovamos la dotación de gente que había pasado el invierno y salimos de Orcadas y en vez de regresar al continente empezamos a dar vueltas”, cuenta Daniel. ¿Por qué no volvemos? Se preguntaban, hasta que recibieron la orden de ir a las Islas Georgias a prestar apoyo logístico a un grupo de civiles.

Los chatarreros y la toma de las Georgias

Las Islas Georgias del Sur son un manto blanco sobre el agua. Durante el verano, casi el  75% de la isla está cubierta por nieve, hielo y glaciares. Mientras que en el invierno, la nieve alcanza la costa del mar. Ese paisaje gélido de apariencia inerte alberga una gran biodiversidad de fauna marina, focas, pingüinos, lobos y  ballenas que recorren sus aguas.

Este lugar -salvaje y remoto del planeta- convirtió, durante el siglo pasado, a Puerto Leith y Grytviken en una de las factorías balleneras más grandes de la historia, explotadas por la Compañía Argentina de Pesca (CAP).

En 1960 la CAP vendió las instalaciones y una compañía japonesa estuvo los últimos cuatro años, hasta que esas estructuras, tan gigantes como estos mamíferos de aguas frías, quedaron abandonadas. Un gran matadero de hierro oxidado languidecía sobre las Islas Georgias: maquinarias, galpones, talleres, tanques de combustible, vehículos, arpones, todo era una gran chatarrería.

En 1978 Argentina realizó un contrato para el desguace de todas las instalaciones de la isla y en 1981 el empresario argentino Constantino Davidoff hizo un inventario de las cosas que se encontraban allí. El 19 de marzo de 1982,  alrededor de 40 trabajadores contratados por Davidoff arribaron a las Georgias para desmantelarlas.

Barco de la CAP encallado en las islas Georgias

“Comienzan con ese desguace hasta que izan la bandera argentina en Puerto Leith”, dice Daniel y explica que desde el otro puerto, en Grydviken había 13 científicos ingleses que avisaron a Malvinas lo que había sucedido. “Inglaterra desde Malvinas, destaca en un buque a 22 integrantes de la Real Marina para que vayan a Georgias”, y ahí fue cuando se enteraron que el Bahía Paraíso debía ir a proteger a los civiles antes de que llegaran los ingleses.

“El 24 de marzo a la noche, junto con el entonces teniente de navío Astiz, los comandos y los 27 soldados del Grupo Playa, comenzamos el desembarco de mercadería y armamento para dejar un destacamento nuestro protegiendo a los civiles”, recuerda Daniel y da cuenta de que los indicios de esta operación los habían tenido cuando en noviembre de 1981 habían cargado en un rincón de las bodegas mercadería que decía Grupo Alfa, el nombre que llevó el grupo de militares que iría a proteger a esos chatarreros. “Ahí nos dimos cuenta que el buque y esa carga ya estaban predestinados a esa operación en Georgias. A nosotros ahora nos cierra que antes de salir a la Antártida, tuvimos un curso intensivo con infantes de marina”.

Descargando pertrechos (mercaderías y municiones). Gentileza Daniel Pérez

Después del 24 de marzo, el Bahía Paraíso esperó órdenes que llegaron el 2 de abril, cuando les comunicaron que se había producido la recuperación de Malvinas, a unos 1300 kilómetros de distancia.

“Teóricamente, en consonancia con Malvinas, el 2 de abril íbamos a recuperar las Georgias, pero por una tormenta la corbeta misilística argentina que venía a apoyar y a completar la maniobra no pudo llegar a tiempo”.

Llegó el 3 de abril a la mañana. “Traía -lo que la prensa llamó- un batallón de tiradores argentinos, pero en realidad eran un grupo de conscriptos recién incorporados, a quienes les dijeron que para saber lo que es navegar iban a dar una vueltita en barco. Eran infantes, de tierra, los subieron al barco y no sabían que iban a Georgias”, dice Daniel.

El grupo de jóvenes venía de Santiago del Estero y Tucumán. Sin abrigo apropiado: “temblaban de frío o de miedo”. Tres días de navegación, sin comer y descompuestos, en un barco muy pequeño. Habían atravesado el pasaje de Drake, uno de los lugares con más movimiento en el mar, donde se juntan los dos océanos.

“Al mediodía se da la orden desembarcar en Georgias. Estos chicos lo hacen en helicóptero -el Puma- que cargaba hasta doce personas y había otro que cargaba el piloto y dos personas más. El grupo nuestro lo hizo en lancha”.

El primer desembarco lo hicieron rodeando el caserío de Grydviken, pero el segundo viaje lo hicieron pasando sobre el caserío porque el comandante de la Agrupación Antártica sostenía que no había resistencia y que no había militares, que sólo había científicos ingleses. “Mientras que uno de los oficiales de infantería dice lo contrario, discuten y el comandante ordena que vayan sobre el caserío y derriban el helicóptero”.

Murieron tres soldados, cinco fueron heridos, el Puma quedó destruido y el desembarco de los soldados terminó en el helicóptero más pequeño, el Alouette. La batalla comenzó al mediodía del 3 de abril y duró dos horas.

“Otro síntoma de improvisación: la corbeta Guerrico salió sin mantenimiento y cuando llegó sólo pudo hacer un par de disparos porque se le trababan los cañones. En tierra con armas más modernas, le tiran a la corbeta, la inutilizaron y muere un cabo, hieren de gravedad a un oficial y a otro sub oficial. Salió caro: antes de terminar la batalla la única baja de los ingleses fue un herido en un brazo”.

Con un grupo de comandos en Puerto Leith. Foto: gentileza de Daniel Pérez

Cuando el grupo Playa bajó de las lanchas, un soldado les hizo señas porque el muelle estaba minado. “Quedamos allí. Hubo un enfrentamiento de los dos lados, desde los infantes y nosotros en lancha desde la playa. Hubo compañeros que pasaron por ese campo minado sin saberlo y se enteraron diez años después en una charla”.

El Bahía Paraíso realizó seis viajes hasta Ushuaia para buscar helicópteros y armamentos, con los 13 civiles ingleses llevados como prisioneros. Se tardaban dos días en ir y venir desde las Georgias y durante toda la navegación un submarino inglés les hacía de centinela. En el último viaje dejaron a los prisioneros, que luego fueron llevados  a una base inglesa en Uruguay.

Fragmento de uno de los telex que recibían durante la navegación, de la Agencia Télam. Gentileza Daniel Pérez

Se navegaba con salvavidas puestos y a oscuras. El dormitorio de los soldados del grupo Playa estaba en la línea de flotación: “cuando ves un barco, está pintado de naranja o de gris y hay una línea, que tiene que coincidir con el agua. Cuando está arriba es porque el buque está descargado, si está muy cargado esa línea de flotación baja”, explica Daniel y describe que dormían en una bodega debajo de la línea de flotación. Las camas cuchetas tenían barandas con correas, donde se acostaban con los salvavidas puestos y atados para no caerse.  

Cuando regresaron a Puerto Leith, el tiempo se hizo espera, con la certeza de que la respuesta de los ingleses, tarde o temprano, llegaría. “El tiempo de vigilia esperando un ataque es una escena de película, como cuando la lancha de desembarco va desde del buque hasta la playa. Vas aferrado a tu fusil con la mente en blanco”.

La vigilia era silencio. Se parecía al agua quieta sobre la que flotaban. Donde las palabras demoraban, sin argumentos para lo que estaba por acontecer. El 25 de abril las flotas del Reino Unido rumbearon hacia Malvinas y también llegaron a Georgias.

“Primero, es atacado el submarino Ara Santa Fe, por uno de los buques ingleses que lo venía persiguiendo. No se hunde pero queda muy averiado. Alcanza a llegar a la costa. Astiz recibe la orden de no resistir y se firma la rendición. Somos tomados prisioneros y conducidos a la base inglesa en Uruguay”.

Para entonces, Alfredo Astiz, hoy condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar, ya se había infiltrado en el grupo de Madres de Plaza de Mayo, secuestrando a varias integrantes y a las monjas francesas Alice Domon y Leónie Duquet.

Daniel lo recuerda serio y adusto. Asegura que no fue quien rindió las Georgias, “el que más jerarquía tenía era el Comandante del Submarino Santa Fé, es él quién rinde las Georgias. Astiz era muy mediático, pero no firma el acta de rendición”.  

El 25 de abril, en calidad de prisionero de Guerra, Francia y Suecia reclamaron la extradición de Astiz para juzgarlo. Pero Margaret Thatcher, primer ministra del Reino Unido en ese momento, utilizó la Convención de Ginebra, para negar la extradición y tras finalizar la guerra de Malvinas fue devuelto a la Argentina.

*Ambas imágenes fueron encontradas por Daniel en el piso del camarote de Astiz.

Del Bahía Paraíso al buque Hospital

Después de recorrer el Atlántico hasta Uruguay y hacer más de 2800 kilómetros, los regresaron a la Argentina. Otra vez, la espera. Ese entre tiempo que se convertía en el limbo de la guerra, aquello que no podía medir el conscripto, ni “los soldados más viejos”, como los 27 del grupo Playa.

“No sabíamos qué iba a pasar con nosotros, hasta que nos vuelven a cargar en el Bahía Paraíso como Buque Hospital, pintado de blanco y dependiendo de la Cruz Roja Internacional”, dice Daniel.

El 30 de abril regresaron a Malvinas, convertidos en un grupo de rescate de náufragos y heridos. El buque tenía capacidad para 300 camas, se equipó como un hospital en el agua. Tres quirófanos adecuados para la navegación, con médicos y enfermeras de todas las especialidades.

Luego de seis días de navegación, la primera misión fue el rescate de 73 náufragos del Crucero General Belgrano. Una de las tareas de Daniel era recuperar los cadáveres y llevarlos a las cámaras frigoríficas, en la parte más baja del buque. “Las escaleras eran muy finas y había que bajar, como si serían seis pisos, cargando los cadáveres envueltos en bolsas de nylon”.



Hiciste que sangre argentina corriera por vena extranjera, lee Daniel en una de las poesías que tiene hoy entre sus manos. Esa frase tiene una historia, paradójicamente, de vida. “Los ingleses se quedaban sin sangre para sus heridos porque se les coagulaba con el movimiento del buque. Un bioquímico cordobés -que prestaba servicio en el Bahía Paraíso- había ideado un sistema para que la sangre no coagule. Entonces les pasaban sangre a los heridos ingleses”.

A pesar de todas las hostilidades que tiene una guerra, Daniel reconoce que el buque se les hizo su casa, y en esta última etapa su misión fue salvar vidas. Fueron los últimos en dejar las aguas insulares y el grupo Playa volvió intacto.

Pasaron 42 años y se siguen encontrando. Se hicieron una remera con el dibujo de las Malvinas y la inscripción B1, la clave del Bahía Paraíso (Bravo 1). Tienen un grupo de whatsapp, incluso con quien era su Teniente, hoy fallecido, de apenas unos años más que ellos. “Éramos un equipo y sigue la camaradería”, algo que sin duda los ayudó mucho emocionalmente.

Daniel en la Plazoleta Malvinas, Barrio Balumba, Capilla del Monte

Sin embargo, entre las deudas que aún son heridas de esta democracia, Daniel admite que son 42 años y todavía no hicieron la junta médica a la totalidad de los veteranos. “Cuando volvimos, tendrían que haberlo hecho para saber cuál era nuestro estado psico físico. Todo lo que se consiguió ha sido luchándola. Exigiendo, manifestándose. Hubo gente que volvió muy mal de Malvinas”.

Del final de la guerra, cada uno a su casa. Daniel regresó a Córdoba y se puso a trabajar en la sodería del padre, intentó retomar el profesorado de tecnología, pero no lo pudo terminar.

 “A los veteranos se suponía que las empresas estatales les tenían que dar trabajo”, dice Daniel  y recuerda que eran cuatro los jóvenes del mismo barrio que volvieron y salían juntos a buscar trabajo. Fui, pero tengo una placa de platino en el brazo y me dijeron que no puedo, yo tengo una úlcera crónica, y no me lo dieron. O trabajos que no cobraban y así entre otras frustraciones.

En esa época -de los cuatro- Daniel entró al correo de manera temporal. “Galeto se alistó en el Ejército, se puso el uniforme y se pegó un tiro. Carrizo se convirtió en alcohólico y Moreno se suicidó, pero mucho tiempo después”, dice de sus vecinos, sabiendo hoy que ese fue el destino de muchos: se estima que alrededor de 2000 ex combatientes se quitaron la vida. Cuatro veces más que los soldados muertos en Malvinas.

Sólo yo conozco el misterio del fondo, el viento frío en el rostro, (…), el orgullo y el olvido, la inmensidad y la desidia, dice en alguna parte la poesía Soy Marinero, escrita por dos veteranos del Bahía Paraíso, Claudio Nieto y José Rodríguez.

El agua fue tomando sus formas, oscuras y calladas. Como un río de piedras durante el invierno, también fue sequía. Una línea fría que determinó el equilibrio de un buque. Un salvavidas que se hizo cobijo durante meses. El agua creció por los bordes y dejó en el mar la huella hídrica de una guerra que aún sigue doliendo.

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