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El Jueves de Comadres, una práctica que reivindica lo ancestral

En Capilla del Monte, en el barrio Faldas del Uritorco, hace más de quince años se comenzó a festejar el Jueves de Comadres previo al Carnaval. Hace cuatro, que las Copleras del Monte, también empezaron a convocarse en este rito en la Plaza San Martín de la localidad. La celebración es un encuentro con lo ancestral, que reúne música, comidas, chicha y la alegría entre mujeres.

En la provincia de Jujuy todos los años, quince días antes del sábado de Carnaval se realiza el Jueves de Compadres, y luego el Jueves de Comadres, que da apertura a un tiempo  nuevo,  donde  todas  las  mujeres  dejan  sus  casas  para  reunirse  a  cantar.  El Carnaval es una tradición de festejo de los pueblos del norte de nuestro país. Antiguamente se lo llamaba Pukllay, tiempo de juego.

La reunión se puede dar en cualquier lugar: una plaza, un galpón, un centro comunitario o en la casa de alguna comadre. Paola Zorrilla, reside en Los Cocos y es integrante de las Copleras del Monte. A través de un texto que resume las 10 cuestiones que hacen al Jueves de Comadres, escrito por la investigadora argentina Amalia Vargas, comparte que en esos  primeros  encuentros  se  desean  un  buen  Carnaval,  se invitan bebidas, comidas, se talquean (ponen talco en la cara y cabeza, antiguamente se  usaba  ceniza). “Las mujeres bajan del cerro —muchas llevan justo un año sin volver a verse—, y una vez que pisan el mismo suelo, arrancan, coplas van, coplas vienen. Y así se arma la rueda coplera: un círculo que va creciendo y se expande cuando entran más hombres o mujeres a la rueda”.

En Capilla del Monte, hace alrededor de quince años, en el barrio “el Faldeo”, se celebra el “Jueves de Comadres”. En este encuentro de mujeres y niñeces se juntan desde la mañana a cocinar, cantar y disfrutar. “Ese día varias vecinas llevan una bebida que se llama «chicha» para tomar. Algunas las preparan con frutas (durazno, manzana, etc.) o frutos del monte como chañar, mistol, aguaribay (la pimienta rosa) algarroba negra o blanca. Pasamos todo el día juntas hasta la noche donde se comparten los cantos y se hace música con guitarras, cajas, bombos, con lo que cada una lleva”, cuenta Pachi Franco vecina del barrio, y aclara que en Capilla se fue recreando la fiesta acorde a la realidad del lugar y desde dónde viene cada una. El sitio de la celebración se decide entre todas y se han hecho en el río, en casas o patios de alguna vecina.

Hace varios años hicieron una comparsa norteña y participaron del carnaval del pueblo con muñecos y máscaras autóctonas para el desfile. “Salimos por el caminito de los duendes, hay una subida al cerro desde el barrio, y ahí se hacía el desentierro y entierro del carnaval, eso se hacía entre toda la comunidad de acá y armábamos el diablo. La última vez que hicimos una comparsa había una diabla, yo hice una coya y uno de mis hijos una chichina gigante y salimos al pueblo”, recuerda Pachi y siente que lo más lindo es el encuentro con las mujeres, desde el compartir y la alegría. “Se han hecho rondas de cuentos, máscaras, pintamos. A veces se unen viajeras. También recuperamos ese lugar de las madres dentro de las comunidades, un encuentro de celebración de las mujeres y también de las niñeces. Es como el día que nos permitimos todo eso, de soltar preocupaciones y volver a ese lugar desde niñas, nos mojamos si hace calor y vamos al río”.

Carnaval de Tilcara, Jujuy

El rito milenario de los pueblos norteños, consiste en desenterrar al “diablo”, llamado Coludo o Pujllay, que se representa con un muñeco y simboliza la celebración. Es el momento donde se permite liberarse de todo lo reprimido.

Luego de la invasión española estas fiestas se vieron sincretizadas con ritos de la iglesia católica, y el carnaval norteño pasó a ser una fiesta “pagana” que la misma iglesia se vio obligada a aceptar. Comienza con la llamada cuaresma, cuarenta días antes de Semana Santa,  dura nueve días y termina con el entierro del “diablo” en un hoyo, que representa la boca de la Pachamama.

Las copleras del monte

Paola Barrios Escudero, también es coplera, vive en San Esteban y Wanka es su nombre ancestral, que fue dado por el  Ayllu Mayu Wasi, familia de la cultura Andina. Explica que “el Jueves de Comadres es un encuentro autogestivo que se está realizando por cuarto año consecutivo en la Plaza San Martín de Capilla del Monte, bajo el árbol de la Memoria, recordando prácticas ancestrales del inicio del Carnaval o Pukllay en lengua de Runa Simi”.

Copleras del Monte. Jardín de la Memoria, Plaza San Martín, Capilla del Monte

Varias de las integrantes de “Las Copleras del Monte” habitaron en algún momento el norte argentino. En el caso de Wanka, su paso por Amaicha del Valle le hizo vivenciar la cultura de la copla, donde aprendió a escuchar a las abuelas de ese territorio, “como la familia Mamondes y a Felisa Arias de Balderrama, coplera, tejedora y Pachamama de Amaicha, y a todas sus hijas y nietas con quienes tengo un hermoso vínculo”, dice Wanka y cuenta que durante años sólo aprendió escuchando.

Hace tres años pudo crear su Caja Coplera o Tinya en la lengua Quechua, a partir de un taller brindado por Marcela Guerra en Capilla, “el encuentro recuerda que según la tradición, el carnaval comienza cuando las comadres o mujeres dejan todo los quehaceres y labores para salir a las calles a dar el primer golpe en la Caja, se reúnen en círculo, sahúmo mediante, se realiza un círculo de palabra, y se chaya el lugar con harina, albahaca y bebidas naturales como la chicha, licores artesanales o agua”.

Esta es una celebración de la vida. El llamado Carnaval para el mundo andino es la “Celebración de la Anata,” y se realiza terminada la cosecha en las zonas rurales andinas, mientras que en las ciudades toma otras formas, pero bajo el nombre  de  Carnaval.  “Así, agradeciendo, cantamos coplas, tonadas y vidalas relacionadas a esta época del año, a las aguas, al desentierro del carnaval, al maíz, a las mujeres mismas y muchas sobre la belleza de los lugares que habitamos. Compartimos luego alimentos y charlas sobre la cultura de la copla, es una belleza”, concluye Wanka.

Se dice que en las épocas del Carnaval se bautiza la caja o chaya en el Jueves de Comadres, se le da un nombre o calidad de persona y  según la región le colocan un nombre en otras no. “Tan importante es la caja coplera, que cuando un ser de la puna muere, se la entierra con ella o se construye una réplica y se la coloca junto al cuerpo del dueño de la caja, se la quema o entierra según la región, porque se cree que uno no muere, sigue viviendo en parte en el Ukupacha (el mundo de adentro de la tierra) y en la paqarina donde es el origen del alma, allí seguirá cantando las coplas”, detalla Amalia Vargas.

Todo sigue su camino, ese ciclo espiritual que también da lugar a la continuidad de la existencia. Los ritos toman la forma de los cuerpos y los cantos, son las risas libres entre las mujeres, son el amor de la palabra y la sonrisa. Están invitadas todas las personas que sientan el llamado de venir a cantar y compartir una rueda, dice Paola. En estos tiempos que corren, encontrarse, es un pequeño gran mojón de rebeldía.  

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