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Las sobrevivientes

Siempre habrá 30mil razones para seguir luchando. Liliana Martin vive en Los Cocos e integra la organización de “Ex presxs políticxs, hijas e hijos y ex exiliadas y exiliados de Córdoba”. Los testimonios de quienes sobrevivieron a los centros de tortura, siguen siendo un aspecto fundamental para la verdad y la memoria. Sus trayectorias políticas son un devenir de luchas que siguen palpitando en el presente. Conocé su historia

*Por María Eugenia Marengo

Cada 24 de marzo nos recuerda un Golpe. Ese Golpe de Estado que reunió militares, civiles, empresarios y eclesiásticos para destruir todas las formas de organización colectiva posibles. El sexto del siglo XX en nuestro país. El último, que se erigió sobre una estructura represiva que llevaba más de cincuenta años consolidándose. La planificación más brutal de la aniquilación de la vida.

Cada 24 recolectamos las huellas que afectaron el curso de la historia, para hacerla memoria, rostros y pañuelos blancos: la vida que pulsa a pesar de todo y recupera ese pasado, para no olvidar.

Cada 24 es una excusa que nos habilita un diálogo entre generaciones, un encuentro inevitable que se hace en la calle como legado de esa memoria. Una identidad que se multiplica y existe por esa historia.

A 46 años de la última dictadura cívico, eclesiástica y militar, compartimos los testimonios de Fernando Yabbur, hermano de Juan Carlos, desaparecido en 1976, de Matías Darroux Mijalchuk, el último nieto recuperado por las Abuelas y de Liliana Martin, ex detenida desaparecida en 1977. Sus voces hoy son un entramado en el sostén de la memoria que interpela a la historia desde diversos modos y recuperan ese pasado en una clara sintonía con las luchas del presente.

Las sobrevivientes

Liliana Martin nació un 2 de septiembre de 1951 en Capital Federal. En 1989 llegó a la Cumbre con su familia. Lo que en principio eran unas vacaciones terminó siendo un destino de vida junto a su hija e hijo mellizos, hace 30 años. Hoy vive en Los Cocos e integra la organización de “Ex presxs políticxs, hijas e hijos y ex exiliadas y exiliados de Córdoba”. Los testimonios de quienes sobrevivieron a los centros de tortura, siguen siendo un aspecto fundamental para la verdad y la memoria. Sus trayectorias políticas son un devenir de luchas que siguen palpitando en el presente.

Liliana, -Lily- asegura que fue el 22 de agosto de 1972, ante el fusilamiento en la Base Aeronaval Almirante Zar a 16 militantes que se habían fugado de la cárcel de Rawson, cuando se produjo un quiebre en su generación, en las formas de pensar y construir política. “Ahí empezamos a militar un montón de compañeros y compañeras. A partir del ‘72 fue una especie de eclosión de militantes, hablando con otros ex presos y presas, siempre se marca esta fecha clave”.

En 1971, Liliana había comenzado a estudiar Derecho en la Universidad de Buenos Aires, luego de ser expulsada de la Universidad del Salvador porque el ingreso sólo habilitaba un cupo del 40% de mujeres. “Ahí se destaparon mis oídos. Integré el cuerpo de delgados del curso de ingreso, me eligieron delegada, y comencé a militar de manera independiente. Siempre me acerqué a la izquierda, quizás porque me sentía más identificada con la política a nivel nacional”.

Después de 1972 las discusiones en las asambleas universitarias integraron los debates con las demandas de otros sectores por fuera de ese ámbito: “fue todo un inicio de discusión política en cuanto a la posibilidad de la lucha armada”. En ese contexto Lily se acercó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), organización que al poco tiempo confluyó en la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), integrada por grupos de izquierda que se abrían del Partido Comunista (PC), del Partido Comunista Revolucionario (PCR) y Vanguardia Comunista, unidos por la lucha sindical. A fines de 1974, la OCPO se definió desde la lucha armada y conformaron las llamadas “Brigadas Rojas”. Hubo acciones en conjunto con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), pero tuvo una vida muy corta como organización, “para 1976 estaba totalmente diezmada”.

Liliana Martin en el 24M de 2017, sosteniendo el cuadro de Luis Marcos Titunik

Luis Marcos Titunik era el compañero de Liliana y estaban casados legalmente. Estudiaban juntos en la Facultad de Derecho. En el año 1974, con las amenazas de la Triple A, dejaron la universidad y comenzaron a militar en los barrios. El último examen de Lily fue en el estudio jurídico del profesor de la materia “Penal II”, quien les había dejado “por las dudas” su teléfono en el pizarrón. “Estábamos en el bar de Las Artes, frente a la facultad, y nos avisan que había gente con listados en la puerta. En mi desesperación, porque había estudiado, le mando a decir al profesor qué podíamos hacer, y me envió la dirección”.

Ya en los barrios, fue en La Tablada y Villa Tessei, dónde comenzó a contactarse con los obreros que vivían allí, “muchos compañeros y compañeras dejaron de estudiar y se proletarizaron, se iban a trabajar a las fábrica”, explica Lily. En ese momento la zona de Villa Constitución fue una especie de faro para la lucha sindical, como en Córdoba desde Sitrac Sitram -dos sindicatos de filiales de la empresa Fiat-, “que apañaban a todos estos grupos pequeños que se iban escindiendo”.

La madrugada del 19 de febrero de 1976 el compañero de Lily no llegó a la cita de control. Esta metodología implicaba esperar hasta determinada hora a quienes estaban involucrados en alguna actividad. Si no se encontraban se activaba un protocolo que incluía avisar a la organización, a un abogado, a la familia y si había un riesgo mayor a la posta médica. “En el caso de movilizaciones ‘el control’ tenía todos los datos de los/as cumpas que iban a estar en la actividad. Y si no llegaban, se comenzaban a levantar las casas que ellos pudieran conocer”.

Esa noche Lily, además de estar en el área de prensa de la organización, era control de esa acción en particular: “tenían que procurar un auto. Estaban en el armado de algo más importante que nunca supe qué iba a ser”.

Cuando Claudio Levitan, el único sobreviviente de la persecución, llegó herido a su departamento en Caballito para avisarle que dejara el lugar, en la radio ya lo estaban transmitiendo: “mueren cuatro subversivos en un enfrentamiento”. Un eufemismo que se hacía cotidiano en los medios de comunicación en dictadura.

Luis Marcos Titunik formaba parte de las Brigadas Rojas de la OCPO y fue asesinado entre las calles Rivadavia y Azul del barrio de Flores, junto a Raúl Uhalde, Jorge Ferrario y Carlos Marcote. Excepto Jorge, todos habían sido compañeros en la Facultad de Derecho. Hoy sobre el asfalto, en la intersección de esas calles, hay una placa con azulejos recortados en colores, dónde pueden leerse sus nombres.

Jorge Ferrario, Carlos Marcote, Luis Titunik, Raúl Uhalde, asesinados el 18 de feb de 1977


El exilio interno

Ya en la madrugada del 19 de febrero Lily acompañó a Claudio hasta la posta médica donde había otro compañero, Largui Epelbaum, estudiante de medicina, para que le curara la herida. Se volverían a ver siete meses más tarde, en el cementerio, frente a la tumba de Luis.

Después de avisarle a su familia que vivía en pleno centro porteño, Lily se fue para lo de su hermano en San Fernando y ahí comenzó, “una especie de exilio interno” en la provincia de Buenos Aires. Permaneció en la casa de tíos entre Bragado y General Villegas hasta que decidió regresar a la Capital Federal.

“Ya no tenía contacto con la organización. Era ver para atrás y todos estaban desaparecidos”. En octubre fue la última cita con Claudio Levitan. Se encontraron unas seis veces en el cementerio, hasta que un día no apareció más.

La tarde del 27 de junio de 1977, un grupo de tareas tocó el timbre del portero de la antigua casona de San Telmo donde estaba el estudio de arquitectura, del que Lily era recepcionista. Ella misma les abrió la puerta. La casa de su familia ya había sido allanada.

Ex presxs políticxs

El secuestro: los dueños de la vida y la muerte

Ese día Liliana recibió un llamado de su hermana, quién le dijo que había llegado una nota para presentarse en el Consejo de Educación por un trabajo. “Yo soy maestra, pero jamás me anoté ahí”. Ya cansada de huir, le dijo a su hermana por teléfono -sabiendo que estaba intervenido-, ‘qué me vengan a buscar: Cochabamba 360’, y a la hora estaban ahí, en el estudio de arquitectura. Abrió la puerta y un montón de tipos entraron a los gritos cargados de armas largas. Decían que era un procedimiento de drogas cuando se la llevaron.

La trasladaron encapuchada sobre el piso de un Ford Falcon, y en otro auto metieron a Luis Wells, su segunda pareja, socio del estudio, quién había llegado de Estados Unidos después de vivir diez años allá. Desconcertado preguntaba a qué tribunal se la llevaban para declarar. Al rato del secuestro y a cara descubierta, lo tiraron a la calle.

“Había una sensación de distancias cortas”, dice Lily y explica que Maco Somigliana, miembro del Equipo de Antropología Forense, una vez le dijo ‘cuando te llevan, es corto, cuando te sacan es muy largo’. La percepción del tiempo y el espacio se condiciona con el miedo: “cuando me sacaron fue eterno, no sabía si me iban a matar”.

En el año 2010 Liliana pudo reconocer que estuvo detenida en la ex Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada, ESMA. Fue el color ladrillo del piso que alcanzó a ver debajo de la capucha y una escalera, que el día que la soltaron dice haber creído que era larguísima. Esos recuerdos la ayudaron definir el lugar. Entre 1977 -año en que la detienen-, y 1979, año en que llega la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la ESMA fue reformada. Llevaron a todos los presos a la Isla del Silencio en el Tigre. Pero quedaron algunos indicios que hoy siguen siendo claves para continuar investigando sobre el destino de los y las detenidas.

De ese día de 1977 en que entró a la ESMA, retiene una escena: era un lugar con pasto, ‘agachate que te vas a golpear la cabeza’, le habían dicho para marearla, porque no había nada. Después le pusieron grillos en las manos y en los pies. Una cadena que llegaba hasta el piso. Los escalones todavía tienen las marcas de las más de 5000 detenidas y detenidos desaparecidos que pasaron por la Escuela de Mecánica de la Armada.

Le tomaron los datos y la metieron en una sala muy chiquita, sola, con una única ventana diminuta, a lo alto de la pared. Había una camilla de hospital y guardias jóvenes, estudiantes de la ESMA, que podía reconocer por sus diálogos. “Estaban los que te ofrecían un cigarrillo y los que te lo daban prendido para que te quemaras”. Un día uno de los guardias le dijo: -Sacate la capucha mientras no escuches que haya gente. “Me la saqué y vi todas las paredes con sangre”. Nunca más se la volvió a quitar.

La música estaba todo el tiempo. “Escuché la tortura de un compañero obrero, siempre mezclada con canciones de Mercedes Sosa y Quilapayún, los discos que seguramente robaban en los allanamientos”.

-Somos los dueños de tu vida y tu muerte -le repetían -decí algo, porque esto te va a salvar. Fueron cinco interrogatorios. Uno cada día.

“Me preguntaron por qué militaba en la escuela Normal 1. Me conectaban con compañeros que ya estaban desaparecidos, muertos. Preguntaban nombres todo el tiempo. Sentía qué suerte no saber. Fue súper estricta la seguridad en OCPO”.

Entre 1970 y 1976 Liliana trabajó de administrativa en la Escuela Normal 1, donde había un mimeógrafo. Cuando empezó a militar, con la excusa de imprimir cancioneros para la iglesia, se quedaba fuera de turno y hacía volantes para la organización. “Después además me entero que había mucha militancia entre el alumnado de la escuela”.

El primer día de detención lo recuerda como el más violento. Golpes, simulacro de picana, manoseo, “te desnudan y te ponen contra una pared, eran como siete u ocho. El ensañamiento con las mujeres, ese botín de guerra que fuimos. Una dimensiona después, desde una perspectiva de género, y lo comenzamos hablar. En los juicios recién en el 2010 las violaciones se incorporaron como delitos de lesa humanidad. Cuando violaron a varones era feminizarlos, ponerlos en un lugar de degradación”.

El último día apareció una persona con botas del Ejército, le avisó que a la noche la sacaban y que no lo comentara a ningún guardia. Era común el cambio de uniformes entre los represores para generar confusión, “por si vos tenías algún recuerdo, los tipos dijeran que eran del Ejército, y en realidad eran de la Marina”.

Esa misma noche la subieron a un auto, la tiraron en el asiento de atrás y le aclararon que les avisara si tenía ganas de vomitar. -A los que sacamos con documentos, no los matamos -recuerda Lily que le dijeron, mientras sostenía su cartera con su documentación. Del viaje le quedó una sensación interminable y un cartel que alcanzó a ver, corriéndose un poco la capucha, que decía “Partido de San Martín”. Le preguntaron dónde la dejaban y frenaron a una cuadra de la casa de sus padres, en las calles Junín y Lavalle, a unos metros de la comisaría 5ta.

-Te sacás la capucha, te quedás ahí y contás hasta 100 –le dijeron.

Eran cerca de las nueve de la noche de un día de semana. Se quedó inmóvil en la esquina donde la dejaron y calcula haber contado hasta 2000. Cuando entró a su casa estaba su familia comiendo con Luis. Su hermana ya había pedido un habeas corpus, que respondieron quince días después con resultado negativo. La emoción fue enorme.

Durante varios meses un hombre que se presentaba como Javier llamaba al teléfono de su familia preguntando por Liliana. ‘Te voy a controlar por dónde andás’, le había dicho alguien antes de dejar la ESMA.

Familiares en megacausa La Perla. Foto Euge Marengo

La democracia

Muchos años después, se contactan con Lily desde la Secretaría de Derechos Humanos, ante un pedido que habían hecho los padres de su primera pareja, Luis Marcos Titunic, por las leyes reparatorias para desaparecidos o asesinados ante el accionar del Terrorismo de Estado. Allí se entera que los padres de Luis, luego de regresar del exilio en Israel, en un pacto suicida, se habían quitado la vida. En el año 2010, Enrique, el otro hijo, también se suicidaría en su casa de Buenos Aires. Por tantos de estos “efectos colaterales de la dictadura”, como dice Lily, la lucha contra el olvido es imprescindible.

Hoy desde la agrupación de ex presos y presas políticas de Córdoba también se reúnen para que se hagan efectivas las leyes de reparación económica para todos y todas las sobrevivientes. De estos encuentros surge la amistad con Cristina Salvarezza, ex militante del PRT, una de las 26 fugadas de la cárcel del Buen Pastor en Córdoba en 1975. “Comenzamos a trabajar desde la perspectiva de género la vida de las ex detenidas en las cárceles y en los centros de detención clandestina. Nos dimos cuenta que los delitos sexuales seguían invisibilizándose, que no fueron torturas, fueron violaciones”.

Un 24 de marzo, en una de las primeras marchas luego de la apertura democrática, Liliana se encontró en Buenos Aires con una foto. Era de Largui Epelbaum, el compañero de la posta sanitaria. La que sostenía el cartel junto a los rostros de sus dos hermanos, Luis y Lila, también desaparecidos, era su mamá, René. Las fotos comenzaban a darle un rostro a la ausencia.

“Desde que empecé a militar pos ‘83, es lo que me sensibiliza. Porque no envejecen. Muchas veces elijo una foto y me pongo a buscar quién fue esa persona. Es darle un rostro a esos 30mil, los reivindico desde saber quiénes eran y empiezo a darle vida a un número”.

Este 24 la consigna exige una vez más ‘que abran todos los archivos’. “Es importante para seguir sabiendo de los destinos de los desaparecidos y el destino de los nietos y nietas”, explica Lily.

“Hay algo que reivindico de los ’70, hasta casi romántico, y es pensar en haberse jugado por un proyecto hasta la vida. Más allá del horror, una sigue pensando que algo hay que cambiar, todavía nos falta, como la lucha feminista, tenemos la posibilidad de hacerlo con toda esa experiencia. Y ahí me siento como la foto de los compañeros y las compañeras: joven”.

Hoy Liliana integra el Movimiento Plurinacional disidente y feminista de Capilla del Monte y acompaña a la familia de Jorge Reyna, el joven que apareció sin vida dentro de la Comisaría de Capilla, en el año 2013. La conexión con las demandas del presente, como el pedido de justicia por el femicidio de Cecilia Basaldúa en la misma localidad en el año 2020, se hace un puente con la impunidad del ayer, y nos habilita a pensar las formas que toman las luchas con la experiencia del pasado.

“Con el terrorismo de Estado nos tuvimos que callar. Ahora ya no nos callamos más. A pesar de lo doloroso que es dar testimonio, en el fondo hay una alegría de haber sobrevivido y reivindicar a los que ya no están”.

¿Se puede dejar el pasado? En la distancia que regresa, la tierra siempre será brotes, por miles, más de treinta. A 46 años del Golpe de Estado más atroz de la historia de nuestro país, las memorias siguen siendo camino en cada amanecer que aún es promesa y late rojo de rebeldía.


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