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Flores rojas en las tumbas que nos faltan

Siempre habrá 30mil razones para seguir luchando. Fernando Yabbur hace más de treinta años que vive en Capilla del Monte. Diecisiete años tenía cuando una patota entró a los golpes a su casa y se llevó a su hermano. Conocé su historia.

*Por María Eugenia Marengo

Cada 24 de marzo nos recuerda un Golpe. Ese Golpe de Estado que reunió militares, civiles, empresarios y eclesiásticos para destruir todas las formas de organización colectiva posibles. El sexto del siglo XX en nuestro país. El último, que se erigió sobre una estructura represiva que llevaba más de cincuenta años consolidándose. La planificación más brutal de la aniquilación de la vida.

Cada 24 recolectamos las huellas que afectaron el curso de la historia, para hacerla memoria, rostros y pañuelos blancos: la vida que pulsa a pesar de todo y recupera ese pasado, para no olvidar.

Cada 24 es una excusa que nos habilita un diálogo entre generaciones, un encuentro inevitable que se hace en la calle como legado de esa memoria. Una identidad que se multiplica y existe por esa historia.

A 46 años de la última dictadura cívico, eclesiástica y militar, compartimos los testimonios de Fernando Yabbur, hermano de Juan Carlos, desaparecido en 1976, de Matías Darroux Mijalchuk, el último nieto recuperado por las Abuelas y de Liliana Martin, ex detenida desaparecida en 1977. Sus voces hoy son un entramado en el sostén de la memoria que interpela a la historia desde diversos modos y recuperan ese pasado en una clara sintonía con las luchas del presente.

Flores rojas en las tumbas que nos faltan

Fernando Yabbur hace más de treinta años que vive en Capilla del Monte. Nació en 1958 y tenía diecisiete años cuándo la madrugada del 25 de mayo de 1976 “una patota” -grupo operativo encargado del secuestro de las personas- entró a los golpes a su casa en la ciudad de Córdoba para llevarse a su hermano, Juan Carlos, de 23 años, militante de la Juventud Peronista.

“Revientan la puerta y entran a punta de pistolas. Estábamos todos, menos mi hermano más grande, César Antonio, que vivía con su esposa”, recuerda Fernando.

-Soy un suboficial de la aeronáutica, muéstrenme la orden de allanamiento, -les dijo César Yabbur, el padre de Fernando, luego de levantarse en medio del tumulto. César había sido retirado de la fuerza por peronista, luego del Golpe Militar de 1955, bajo la autodenominada Revolución Libertadora.

– Sos una mierda, tenés hijos montoneros- le respondieron mientras lo ponían contra una pared y lo golpeaban.

Juan Carlos había salido para la casa de su novia, Gloria, del barrio Las Violetas, un barrio pobre dónde también militaba. Mientras en la casa de su familia, su madre, Carmen Baldovi, había perdido el habla, su hermano más chico, José, de once años era brutalmente levantado de su cama, su hermana Virginia estaba en pánico y a Fernando se lo llevaban al porche de la casa para que les diga dónde estaba Juan Carlos:

– Correte, correte, porque te va a salpicar, -le decía uno de los tipos al otro, mientras cargaba la pistola y se la apoyaba en la cabeza de Fernando.

Después lo sacaron a la calle que estaba cortada y donde había tres vehículos marcando la zona. Lo arrastraron a un auto y antes de subirse alguien desde adentro preguntó: ‘quién es ese que traes ahí´, cuando dijeron que era Fernando, lo dejaron ir. “Safé, a medio metro, y me devolvieron a los patadones”.

A Juan Carlos lo secuestran más tarde, en el trayecto habitual que hacía desde lo de su novia a su casa, unas diez cuadras de distancia. Fernando sólo tenía de Gloria una foto donde se la veía apoyada sobre el hombro de Juan Carlos cuando tenían unos veinte. Apenas pudo reconocerla cuarenta años después y sentir que la ausencia de su hermano había dejado su vida en suspenso, “me la pasé esperando a ese hombre que era mi amor”, dijo en el 2015 cuándo declaró en el juicio de la mega causa de La Perla y Campo de la Ribera en Córdoba.

José Virginia y Fernando Yabbur Sentencia La Perla

Desaparecer

A Juan Carlos lo llevaron al Centro de Detención Clandestina, La Perla. Este Centro de detención funcionó desde el 24 de marzo de 1976, hasta fines de 1978, cuando se convirtió en guarnición militar y espacio de entrenamiento para paracaidistas y soldados conscriptos. Se estima que por La Perla pasaron más de 2300 personas, la mayoría aún continúa desaparecida.

“No tenemos precisión de cuántos días estuvo siendo torturado. Sabemos que esa misma noche lo empezaron a someter a sesiones de torturas, en algunas recopilaciones estuvo diez días en otras treinta, deseamos que hayan sido diez. Sabemos quién lo torturó y detalles. Hubo un testimonio fundamental, de un señor llamado Fermín de los Santos, militante montonero que lo secuestraron, lo doblegaron y lo convirtieron en colaborador. Cuando vino la democracia se activaron los juicios y hace una declaración oficial de su condición de sobreviviente, secuestrado y más tarde como colaborador. Nombra a varios que tenía registrado, y uno de los casos que describe fue el de Juan Carlos”.



Luego de esos días de cautiverio y tortura, se presume que a Juan Carlos lo trasladaron, como a la mayoría, a los campos alrededor de La Perla, lo fusilaron al pie de una fosa y lo enterraron. Fernando recuerda como en el 2004 pudieron entrar a La Perla, “corrimos buscando fosas, no sé, tierra removida, no había, pero era ese anhelo, sabemos que están ahí, o que los tiraron al dique San Roque. Acá la mayoría fueron enviados a los campos. Se encontraron muchos restos que fueron identificados por el Equipo de Antropología Forense”.

Los restos de Juan Carlos aún no se hallaron. Las excavaciones en La Perla no fueron terminadas, están resguardadas por la causa judicial, “es una parte rara y turbia de la investigación. Se ha reclamado de todas las formas”, aclara Fernando, quien desde 1982, año en que integra la Asamblea Permanente por los de Derechos Humanos, estuvo trabajando en la recopilación de testimonios para llegar a la verdad.

Megacausa La Perla. Foto Eugenia Marengo

La vida después de la desaparición

Como querellante de la causa, Fernando ha recorrido muchos años en la búsqueda de testimonios que lo llevaron a ir haciendo un perfil de su hermano, del que reconoce haber sabido más, luego de su desaparición. Encontrarse con Gloria, su novia, sentarse con ella y decirle, “dale contame de Juan Carlos”. Leer el certificado analítico de la escuela secundaria Manuel Belgrano, ver qué materias parecían interesarle, por ejemplo, escenas de la vida que comenzaban a ser cotidianas para una parte de la sociedad que intentaba llenar tantas ausencias.

El 9 de julio de 1979, en un parque de Córdoba, muere de un tiro en la cabeza su papá. “Intentamos investigar, pero la policía enseguida cerró el caso como suicidio”. Durante los meses previos a la familia le consta que Cesar había estado averiguando sobre la desaparición de su hijo, preguntando en ámbitos como la inteligencia de la aeronáutica. “Mi papá fue el último de la familia que estuvo con Juan Carlos”, dice Fernando y recuerda que el día de su secuestro, había concretado un trabajo junto con él, vinculado a la construcción de obras públicas.

Carmen, su madre, era maestra de primaria. Fernando la identifica como una persona intelectual, simple, católica y entusiasta de su trabajo, que se aferró a su familia por sobre todo. Como maestra también trabajó en el barrio Las Violetas, donde había militado su hijo. De los cinco hermanos, César Antonio era creyente y Juan Carlos “era un tipo que te podía hablar de dios y asociarlo al proceso revolucionario”.

En el año 2007 Carmen falleció. Fernando encontró después, un cuaderno escrito a puño y letra donde redactaba conversaciones con Juan Carlos, un Juan Carlos que ya no estaba. “Comienza en 1976 hasta 1979, antes que muriera mi viejo. Lo que encuentro es que en cada página hace alusión a Dios y la Virgen, y le dice que cree que lo están acompañando y le van a evitar el dolor. Un recurso desesperado de fe”.

A pesar de aquello que presume la muerte como destino final, el hijo que falta se hace memoria en el rito que lo representa para alivianar la carga del dolor, para hacer del vacío un recuerdo que lo mantenga vivo. Como las flores que irrumpieron en los juicios, cuestionadas por los represores, se hicieron homenaje y presencia. Los claveles rojos para Fernando, son un símbolo poético y melancólico de los y las que faltan. La búsqueda del desaparecido que toma todas las formas del amor.

Durante casi veinte años Fernando se despertaba cada noche a las cuatro de la mañana y veía que su entorno era una sala de tortura. En el año 2015, treinta y nueve años después, declaró en el juicio de la denominada mega causa “Menéndez (III)”, el más grande de la historia de Córdoba por delitos de lesa humanidad. Se tomaron hechos de los ex Centros Clandestinos de Detención Tortura y Exterminio La Perla y Campo de la Ribera, el Departamento de Informaciones de la Policía (D2), el puesto Caminero en la localidad de Pilar y la Casa de Hidráulica ubicada en los márgenes de dique San Roque. “Tanto tiempo han esperado para preguntarme que pasó esa noche en mi casa. Para la familia siempre será un recuerdo vivo, me acuerdo hasta la cara de los tipos”. Ese esfuerzo por no olvidar, esa sensación, por primera vez -dice Fernando- que desde un lugar anhelado y deseado, la justicia te esté preguntando qué pasó.

La investigación sobre la desaparición de Juan Carlos Yabbur fue parte este juicio que comenzó un 4 de diciembre de 2012. Pasaron más de 350 audiencias, 581 testigos/as, 716 víctimas y 11 imputados fallecidos. El 25 de agosto de 2016, casi cuatro años después, la justicia dictó sentencia contra 43 imputados, finalizando el juicio que llevó a prisión perpetua a 28 represores, entre ellos Luciano Benjamín Menéndez, ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército en la dictadura. Hubo cinco absoluciones y condenas entre dos y veintiún años. Por primera vez en Córdoba la complicidad empresarial, los delitos sexuales como delitos de lesa humanidad y la apropiación de bebés fueron parte de las condenas.

Las sobrevivientes

Liliana Martín vive en Los Cocos e integra la organización de “Ex presxs políticxs, hijas e hijos y ex exiliadas y exiliados de Córdoba”. Los testimonios de quienes sobrevivieron a los centros de tortura, siguen siendo un aspecto fundamental para la verdad y la memoria. Sus trayectorias políticas son un devenir de luchas que siguen palpitando en el presente.

Las dudas que restituyen la identidad

Matías Darroux Mijalchuk es el último nieto recuperado, el 130. La noche del 21 de octubre de 2016 una moto se acercó a su casa, en Capilla del Monte. Le tocaron bocina. Una amiga de una asistente social le enviaba un mensaje: que por favor se acercara a laComisión Nacional por el Derecho a la Identidad

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