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El barro que envuelve la vida

En el barrio Los Sauces de San Marcos Sierras, cerca de la vía, un vagón de tren fue el taller de alfarería para mujeres y disidencias, hasta que empezó el calor. Volver a esa primera infancia de tacto y barro, se hizo una rutina durante cada jueves del 2022. Luisina Bresler coordinó estos encuentros de mates, charlas y aprendizajes en un entramado colectivo que habilitó el barrio para nunca dejar de pensar el arte como un medio de transformación social.

Por María Eugenia Marengo. Fotos: Fotos: Ig @almaciga_ceramica

Hace más de una década que Luisina moldea la arcilla, mete las manos hasta que la forma de su pieza se convierte en lo que quiere. En el 2022 se encontró con la posibilidad de pensar un taller de alfarería para mujeres y lgtbq+. Fue la Federación de Organizaciones de Base (FOB Autónoma) desde donde la convocaron para llevar adelante esta apuesta por lo comunitario en el aprendizaje de un oficio. En diciembre diez talleristas del barrio Los Sauces de San Marcos Sierras, cerraron el año con el fuego que hizo real a sus creaciones y con la motivación de hacer de estos encuentros, un proyecto de autogestión para el 2023.

El barrio, que bordea las vías del tren y lo que alguna vez fue la estación, queda a ocho kilómetros del pueblo sanmarqueño. Adentro de un vagón de tren abandonado, han puesto mesas, tornetas -para moldear y decorar las piezas- y armaron el piso. Al lado hay otro vagón -el de las niñeces- quienes durante el invierno participan del apoyo escolar.

Ahí, alrededor de esos rieles que se conectan con más de un siglo de historia y han atravesado estaciones, desde la expansión colonial del capitalismo, hasta la desaparición de cientos de pueblos. Desde las resistencias obreras, hasta la traición de sindicalistas y políticos, y las luchas vigentes por el retorno del tren. Desde la reactivación de talleres en cooperativas, hasta la creación de centros culturales dentro de las estructuras vacías y desguazadas. Ahí, en Los Sauces, algo de esa huella vertebradora de tantos pueblos del país, se transforma en cultura, se resignifica y se hace encuentro.

“El trabajo empieza a partir de una necesidad: la importancia de generar espacios donde mujeres y disidencias se encuentren y se puedan reconocer. La mayoría son jefas de hogar, trabajan, cuidan a sus hijes, eso hace que muchas veces sean postergados sus espacios individuales, de disfrute, de conocimiento y del compartir”, dice Luisina.

El taller de alfarería es gratuito y la prioridad es para la gente del barrio. “Como criterio tenés que vivir en San Marcos para acceder, fue algo que tuvimos como inquietud, dado que los privilegios son diversos y la gente de San Marcos puede acercarse hasta acá, pero la gente del barrio rara vez se va a tomar el rato para llegar en colectivo a un taller, en la vida cotidiana no hay ese tiempo”, trasmite y agrega que apenas armaron el taller varios varones les preguntaban por qué sólo era para mujeres y disidencias, que no estaban de acuerdo. “Fuimos charlando al respecto y nos dimos cuenta que por lo general las mujeres siempre están haciendo tareas para otres y cuando la mirada del varon hetero cis no está cerca, surge una complicidad muy copada”.

“Con las mujeres del barrio -por ejemplo- cuando armamos el horno, usamos la pala, la mezcla y si hay un varón, por más que tenga buena intención, nos sentimos más observadas”, cuenta Luisina y reconoce la importancia de la autonomía de esos espacios, donde se animan hacer chistes y reírse cuando esa mirada no está tan presente. En algunos casos el varón queda al cuidado de las niñeces, “entonces aparece desde esa necesidad que creemos muy importante para poder empezar a transformarnos como sociedad”.

El taller

“El barro tiene algo que por sus tiempos va envolviendo la vida de a poquito”, dice Luisina y se va imaginando como esa pieza comienza a ser moldeada en los tiempos de la siesta, con un mate, o al lado de un fuego en el invierno. “Empieza a estar en pequeños lugares libres, que a veces los ocupamos con otras urgencias y va teniendo un lugar importante con una misma y con el grupo, aunque no estamos presentes”.

Para Luisina el taller de alfarería tiene el extra de volver a encontrarse con eso que aparece desde la niñez: el tacto y querer moldear cualquier cosa como el barro. “Entonces hay algo del juego que vuelve y por otro lado, el poder verse como seres creadores y concretos que la cerámica genera. No se necesita de grandes maquinarias, sí de mucha práctica”.

Desde el mes de mayo, cada jueves del 2022, durante dos horas o más, el vagón de tren de Los Sauces se transformó en un taller de alfarería orientado en aprender hacer utilitarios. “A veces se cree que lo utilitario está lejos del arte, cuando ahí siempre estuvieron plasmadas todas las expresiones. Creemos en el utilitario bello, por el hecho de poder darnos algo que usamos cotidianamente y haberlo creado con nuestras manos”, dice Luisina e identifica como ese círculo genera un punto de reconocimiento y seguridad. “Es tener algo con una calidad afectiva vinculada con nuestro propio proceso, que una va viendo cómo sucede a la medida que se van generando los encuentros”, agrega y remarca la importancia de la educación popular, el explorar los saberes que surgen y el darse cuenta que todas tienen la capacidad para poder explicarle a una compañera.

Así, en cada encuentro se prepara la pasta, se comparte la charla, se amasa el barro, aprenden, se ríen un montón, estudian de otras culturas y se van metiendo en las diversas formas de decoración y expresión a lo largo de la historia de la humanidad: “Todas las culturas del mundo han trabajado la cerámica. Entonces todxs entramos en ese mundo que atraviesa a todas las culturas”.

De a poco, van trabajando con distintas técnicas pre hispánicas, de plancha y de pellizco, aún no trabajan el esmalte, pero ganas no les falta. Hacen pintado a mano, impresión simple, esgrafiado -incisiones mediante un punzón-, bruñido -se frota hasta conseguir una apariencia pulida y brillante- y bajo relieve -remarcando los bordes del dibujo.

“Somos un grupo que compartimos la pasión por la cerámica y las ganas de aprender. Es lo más lindo y terapéutico que hemos encontrado”, dice Clara Tejada, integrante del taller, quién considera a la arcilla como un elemento sagrado y rescata esos momentos de risas, disfrute y mate donde cada una conecta con el barro.

Estos espacios se configuran como pequeñas modificaciones donde aparece la creatividad. En un quiebre con lo urgente, aflora otra dimensión del tiempo cotidiano y se le comienza a dar lugar a lo creativo. “En este mundo capitalista y patriarcal, donde estamos mirando todo lo que nos falta, tener algo que fue hecho por nuestras manos, es tan valioso”, dice Luisina.

Las primeras piezas tienen un cariño especial, sobre todo al terminar de comprender que es real que las podés usar. En esa energía proyectada para hacer una pieza, todo se termina con el fuego que lo concreta y no sólo es el resultado de una pieza utilitaria, sino, asegura Luisina, es “el simbolismo de todo ese proceso trabajado”.

A lo largo del año, hay una identidad colectiva que se va construyendo. Una compañera comparte una foto con el mate que hizo. Ese deseo se materializa y de repente el mate que está usando lo hizo con sus manos. Otra comparte las ganas de hacer unos cuencos para dar de comer. El taller se hace un acompañamiento de la vida, un disparador en la cotidianeidad, eso que comenzó como un juego, terminó teniendo un valor en su uso diario. “Este proceso es posible por el espacio colectivo donde empezamos a reconocernos, a pasarla bien, donde no está la exigencia de tener que ser de cierta manera. Muchas van con hijes, porque no tienen donde dejarlos y acompañan también ese proceso”.

El final del comienzo

Después de la primera horneada muchas mujeres vieron que el taller no era ficción y se entusiasmaron más: “nosotras construimos el horno e hicimos dos horneadas a leña, que son una fiesta, un momento de felicidad”.

A pesar de que las condiciones climáticas del vagón no son óptimas para las piezas, el grupo logró trabajar y darle forma a sus proyectos. “Trabajar en un barrio es como ganarse un poco la confianza, a partir de la constancia. Algo pasó, gracias a las chiquis que fueron constantes. Terminamos el año con un grupo maravilloso donde se sienten bien y todas nos volvemos mucho mejor de lo que llegamos”, dice Luisina y cuenta que las últimas tres semanas de mucho calor se mudaron a la sombra de una casa que les prestó una vecina.

Ese rato de barro y manos, las devuelve más llenas para regresar a la rutina. El taller se corta durante los meses de enero y febrero, pero todas se llevaron arcilla para trabajar en sus casas. “Ese es el objetivo más grande: que haya ganas en cada casa de seguir ocupando el tiempo en esta autonomía y autogestión de generarnos las cosas que deseamos”, concluye Luisina.

A pesar del contexto de ajuste económico, donde los recursos se complejizan, es en esas ganas de seguir haciendo, cuando surge la organización colectiva. Será el vagón u otro lugar comunitario que las reúna, con la proyección de convertirlo en un espacio libre, para ir quién desee, cuándo lo necesite y salir a vender o generar un lugar entre todas para la venta.

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