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Las dudas que restituyen la identidad

A 47 años de la última dictadura cívico, eclesiástica y militar, compartimos los testimonios de Fernando Yabbur, hermano de Juan Carlos, desaparecido en 1976; de Matías Darroux Mijalchuk, nieto recuperado por las Abuelas y de Liliana Martin, ex detenida desaparecida en 1977. Sus voces hoy son un entramado en el sostén de la memoria que interpela a la historia desde diversos modos y recuperan ese pasado en una clara sintonía con las luchas del presente.

A 47 años de la última dictadura cívico, eclesiástica y militar, compartimos los testimonios de Fernando Yabbur, hermano de Juan Carlos, desaparecido en 1976; de Matías Darroux Mijalchuk, nieto recuperado por las Abuelas y de Liliana Martin, ex detenida desaparecida en 1977. Sus voces hoy son un entramado en el sostén de la memoria que interpela a la historia desde diversos modos y recuperan ese pasado en una clara sintonía con las luchas del presente.

Las dudas que restituyen la identidad

La apropiación de niños y niñas fue un eslabón más del plan sistemático de desaparición y exterminio de la última dictadura. La apropiación tuvo diferentes modos. Algunos nacieron durante el cautiverio de sus madres, otros fueron secuestrados junto a sus padres. Luego de los partos, las y los bebés eran separados de sus madres. La mayoría fueron entregados a familias de militares o vinculadas con las fuerzas de seguridad. Se fraguaron partos y partidas de nacimiento para inscribirlos como hijos o hijas biológicas, con la complicidad de médicos y enfermeras. En otros casos se iniciaba un trámite de adopción, que con la colaboración de jueces y funcionarios públicos, las niñas y los niños que eran abandonados como NN se entregaban a las familias de manera “pseudo legal”.

Matías Darroux Mijalchuk es el nieto recuperado 130. Nació el 5 de agosto de 1977, aunque su familia de crianza lo anotó un 28 de junio. Hace seis años que su cumpleaños se festeja el 5 de agosto. La noche del 21 de octubre de 2016 una moto se acercó a su casa de la calle Los Quebrachos de Capilla del Monte. Le tocaron bocina. Una amiga de una asistente social le enviaba un mensaje: que por favor se acercara a la CONADI (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad), le tenían que dar información. “Me quedé sorprendido, unos días más tarde me acerco a Abuelas Córdoba y me dicen que habían encontrado a mi familia biológica”, rememora Matías.

Elena Mijalchuk y Juan Manuel Darroux, sus padres biológicos, fueron desaparecidos en diciembre de 1977. La historia de Matías tiene la forma “pseudo legal” de la apropiación. Siempre supo que era adoptado. El relato que le transmitieron era que una mujer lo había encontrado el 27 de diciembre de 1977 en la calle, a tres cuadras de la ESMA, lo había llevado a una comisaría en Núñez, luego al Hospital de Niños, Casa Cuna, el Juzgado de Servini de Cubría, y el 28 de diciembre, en 24hs., lo habían dado en adopción con los trámites realizados.

“Yo creo que la historia de todos los nietos restituidos empieza e intenta ser cercenada, justamente cuando somos robados de nuestras familias biológicas y entregados a las familias de apropiadores o de crianza”, asegura Matías después de años de elaborar su propia biografía. “Ese es el comienzo de una historia en la cual nosotros después nos criamos desconociéndolas. Y son diferentes los disparadores que nos pueden llevar a que germine esa semilla de duda que nos lleve a buscar esa incógnita sobre nuestro origen”.

Matías se crió en el seno de una familia conservadora, de la que reconoce siempre haber sentido diferencias. Su abuelo, un académico, abogado constitucionalista de derecha, solía decirle después de alguna discusión: “son los genes”. Matías está seguro que su abuelo de crianza hubiese podido brindar más datos sobre su familia biológica, pero al momento de su restitución ya no estaba vivo.

A los 15 años dejó su casa y se fue a vivir a la calle, entre los trenes y los subtes, hasta que su padre le consiguió lugar en una residencia universitaria. En su adolescencia, atravesada por la cultura neoliberal de los ’90, se identificó con el rock y el fútbol, más que con la política, “cuando tuve una edad donde pude tener una comprensión de la historia y de la sociedad, me llegué a plantear que si había nacido en 1977 y encontrado como NN en la calle, podía ser uno de los nietos que buscaban. Pero no me sentía con la necesidad de acercarme a Abuelas para responder esa pregunta”.

En 1999 se mudó a la ciudad de Córdoba para estudiar Astronomía. Conoció a su compañera, Vanina, y comenzó a vincularse con jóvenes del interior, entre ellos un salteño que tenía un hermano desaparecido. Luego, el estallido social y político con la crisis del 2001, influenciado por el ambiente universitario y años después con la apertura de los juicios a los genocidas, lo llevó a reflexionar: “si yo consideraba que no iba a cambiar en nada la cuestión de mi origen biológico, qué pasaba con el otro, si hacía más de 30 años que alguien me estaba buscando”.

En el año 2006 Matías se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba, le dieron un turno para la muestra de ADN. Pasaron cuatro meses del análisis y el resultado fue negativo. “Continué con mi vida. Ese mismo año me vine a vivir a Quebrada de Luna”.

Sin embargo, el Banco de Datos Genéticos se encargó de buscar más muestras porque el grupo familiar de Matías estaba incompleto, solo con la muestra de su abuela materna. En el 2008 la CONADI fue a San Antonio de Areco y tomó muestras de su abuela paterna. Pero con el grupo familiar completo tampoco alcanzó, “lo que sucedió fue que la tecnología fue mejorando, y años más tarde se pudieron comparar mayor cantidad de marcadores genéticos”.

Fue el 25 de octubre en la Sede de Abuelas Córdoba cuándo le confirman que su perfil genético coincidía con la familia Darroux Mijalchuk. El 28 ya estaba dándose un abrazo con su tío materno, Roberto Mijalchuk, en Caseros, que hacía 40 años que lo que estaba buscando.

La noticia se hizo pública en 2019 porque la CONADI envió el caso a la Unidad Fiscal Especializada para Casos de Apropiación de Niños para averiguar más datos sobre los padres de Matías, de quienes se sabe muy poco. Ambos se conocieron en la Universidad de Morón dónde su papá era administrativo y su mamá estudiaba para contadora.

“No tengo datos de su militancia, ni dónde estuvieron detenidos, ni sus restos. Las evidencias de que han sido víctimas es mi devenir, el mismo que el de otros nietos. Lo poco que sé, es lo que un primo de mi papá pudo narrar sobre el último día que lo ven a mi viejo. Él le había prestado su auto a un primo y se lo secuestra la policía. En ese auto había documentación comprometedora. Cuando él se entera de lo que había sucedido, toma la decisión de pasar a la clandestinidad. Y en ese paso a la clandestinidad, lo chuparon. Eso fue los primeros días de diciembre de 1977”.

Al poco tiempo, se comunicó con Elena a través de una carta y creen que un llamado telefónico. La mamá de Matías fue citada el 26 de diciembre de 1977 a la esquina de la calle Pampa, entre Lugones y Figeroa Alcorta en Núñez, con la promesa de que la iban a pasar a buscar unos compañeros de Juan Manuel para sacarlos del país. “Se sube mi mamá conmigo a una Chevy celeste y esa fue la última vez que nos vio mi familia”.

Megacausa La Perla. Foto Eugenia Marengo

Aprender de las Abuelas

El día que entró a la sede de Abuelas lo estaban esperando. Le ofrecieron un café y le dijeron que se llamaba Javier Matías. De sus nombres prefirió Matías. Después su tío le contaría que su mamá le agregó Javier para que llevara las mismas iniciales que su padre.

Abuelas es una gran familia entre nietos, hijos, hijas, que se llaman hermanos y las abuelas son las de todos y todas. “Siento un profundo agradecimiento porque sin ellas nunca podría haber recuperado mi identidad. Ese agradecimiento es para toda la vida”.

Pensando en ese vínculo que hay entre la Memoria y la Identidad del que tanto se insiste desde las Abuelas, reconoce que saber la verdad acerca de su historia es liberador, “porque después podes elegir qué hacer con esa verdad, pero si estás criado en una mentira, y lo extrapolamos del individuo a la sociedad, que si no conoce la historia de su pueblo, está condenada a seguir siendo esclavizada”.

El proceso de restitución de la identidad se transita de diversas maneras. Se requiere afecto, tiempo y contención. Sobre todo, acompañamiento, algo que desde Abuelas se hace sentir de inmediato. Para Matías haber escuchado otras experiencias resultó sanador. Ahora su camino sigue en la misma lucha por encontrar a las y los 300 nietos que faltan, entre ellos su hermano/a, ya que al momento de la desaparición, su mamá estaba embarazada.

Su identidad biológica vino a reafirmar los valores que ya tenía, convencido de que la lucha es por la justicia social, contra la desigualdad, banderas que son ideales que plantea el peronismo, como los principios distributivos de los que habla la izquierda. “Si hay algún lugar en el cual yo me ubico, más allá del peronismo y la izquierda y las convicciones que pueda tener, es la lucha por los derechos humanos, donde hay una transversalidad, independientemente de la ideología que uno pueda llegar a tener”.

Hoy integra HIJOS Punilla y el Nodo de la Red por el derecho a la Identidad Punilla Norte, que funciona tanto en nuestro país como en el exterior y está orientado a la búsqueda de los y las nietas que faltan. “Tenemos claro que la mayoría de los que estamos buscando son padres, e incluso abuelas, necesitamos que el mensaje de ese paso transgeneracional y les pibes de veinte sigan construyendo memoria, porque son ellos los que pueden interpelar a sus padres. La Plazoleta de la Memoria en Capilla del Monte surge con ese anhelo, que sea ocupada por los pibes y las pibas, y entretejer lo que hoy los atraviesa desde sus lugares de identidad con los pañuelos y la memoria”.

Los claveles rojos para Matías significan primavera, “la potencia de la flor”. Esa resignificación ante el rechazo que hicieron los genocidas al ver a los familiares sostener en sus manos las flores junto a las fotos de las y los que faltan. “Como la chicharra, lo que permanece enterrado y está en peligro de olvidarse, pero vuelve”.


Las sobrevivientes

Liliana Martín vive en Los Cocos e integra la organización de “Ex presxs políticxs, hijas e hijos y ex exiliadas y exiliados de Córdoba”. Los testimonios de quienes sobrevivieron a los centros de tortura, siguen siendo un aspecto fundamental para la verdad y la memoria. Sus trayectorias políticas son un devenir de luchas que siguen palpitando en el presente.

Flores rojas en las tumbas que nos faltan

Fernando Yabbur hace más de treinta años que vive en Capilla del Monte. Diecisiete años tenía cuando una patota entró a los golpes a su casa y se llevó a su hermano.

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