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El fuego que nunca se apaga

Una vez más los incendios asolan distintos puntos de la provincia de Córdoba. En Punilla Sur se quemaron la semana pasada 4700 hectáreas. Hace tres años se quemaban más de 300 mil hectáreas de superficie. En Capilla del Monte -como en muchas localidades- vecinos y vecinas se organizaron durante meses en brigadas forestales que aún perduran. Sus testimonios y vivencias se recrean entre el fuego descontrolado que volvió a cercar al Valle de Punilla.

Y este día tan de primavera es aún un puñado de horizonte
un remolino que se abre al cielo enrojecido
¿Cómo respira el pueblo en primavera?

Por María Eugenia Marengo para CDMNoticias. Nota realizada en 2022. En 2023, Capilla del Monte sufrió otro gran incendio que afectó al Cerro Uritorco

La noche del 16 de octubre la montaña ardía. Era una mecha encendida que marcaba el relieve de los cerros. El cielo sobre las casas se hacía un manto anaranjado con olor a quemado. Una chimenea gigante humeaba sin cesar desde temprano. Durante el atardecer, varias familias habían dejado sus viviendas, a merced de lo que la naturaleza dispusiera. La desesperación ante lo irremediable era un latido común entre brigadistas, bomberos y vecinos. Cerca de las diez y media de la noche unas gotas comenzaron a mojar la tierra caliente y los gritos de alegría se escucharon como en un mundial. A esa altura, sólo la lluvia podía evitar el avance del fuego por el barrio Las Gemelas de Capilla del Monte, al norte de la provincia de Córdoba. Fue casi el final de tres meses de incendios que, durante el 2020, arrasaron con alrededor de 350 mil hectáreas de superficie de ecosistemas naturales.

Negocio inmobiliario. Ganadería. Cableado eléctrico en mal estado. Basurales a cielo abierto. Autovía de Montaña: las principales razones que dan origen cada año a los incendios en la provincia. En casi todas, la necesidad del desmonte -incluso en muchas zonas protegidas por la Ley Provincial 9.814 de Ordenamiento Territorial de Bosque Nativo- es un factor común que se hilvana en el entramado del modelo capitalista que avanza sin dar tregua a la vida. En otras, la idea de ganar más a costa de precarizar todo lo posible. El monte chaqueño que ocupa apenas un 3% del norte cordobés, necesita de mínimo un ciclo de ochenta años para recuperarse.

Duncan Hogg, es guía de montaña, paramédico y hace seis meses bombero profesional. Nació en Capilla del Monte, y de todos los fuegos, el del 2020 es el que recuerda con mayor intensidad, con muchos focos diferenciados y reinicios que considera netamente intencionales. Los más cerca, comenzaron hacia el noreste de Capilla: Copacabana, Ongamira y Santa Isabel, luego por el Dique Los Alazanes -en la llamada Tramontana- muy próxima hacia la población capillense. Al sur, los fuegos se prendieron por la zona del Molino de Thea, en Villa Giardino, Cuchi Corral en la Cumbre, y de ahí hacia el río Pinto reavivándose al norte por la zona de San Marcos Sierras. Como conocedor del territorio, uno de los roles que tomó Duncan fue el de guiar a brigadistas que venían de todos lados de la provincia a colaborar. “Con el fuego descontrolado la emoción es muy a flor de piel -reconoce- por eso, las hermandades que se arman quedan marcadas para siempre”.

Lucila Toscano vive en el barrio Faldas del Uritorco. Cuando recuerda los incendios del 2020, dice que en lo personal la atravesó una tristeza que nunca había sentido. Al mismo tiempo la enorme solidaridad que afloró durante meses permitió avanzar en la organización de las brigadas entre vecinos y vecinas para colaborar ante el avance desaforado de los incendios. “Sentí mucho las redes construidas previas en las distintitas experiencias de organización comunitaria. Esa sensación del 2001, frente al caos, nos organizamos. No podemos esperar nada del Estado”.

Foto: Rafael Peroza

Los incendios del 2020 abarcaron toda la provincia. De norte a sur. De este a oeste. El aire caliente se encendía. Por las noches, desde la ciudad de Córdoba se veían las sierras rojas. Una foto que lxs cordobeses tuvieron durante meses. Para quienes habitan en los poblados serranos, la importancia de estar preparados es clave: “porque vivimos en el monte”, acentúa Sofía Zorzini, quien estuvo en la organización de esas primeras brigadas en Capilla del Monte y admite que al final de todo se sintió agradecida por esa gran red cargada de amor.

Isidro Gauna tenía 30 años la primera vez que se acercó a colaborar. Hoy, gracias a la gestión comunitaria, junto con otros compañeros y compañeras hicieron una formación oficial, teórica, desde Parques Nacionales y práctica desde la Brigada de Instrucción Forestal (BRIF). “Hemos conocido gente que siempre fue al fuego, incluso con sus mochilas artesanales. Pero recién ahora comenzaron a visibilizarse las intenciones y la organización”, dice Isidro y reconoce que también es un estado de conciencia social.

Incendios en Capilla del Monte. 2020. Foto: Esteban AF

Árboles que crujen

En un incendio los montes pueden levantar una temperatura superior a 400 grados. El sonido es una de las cosas que más impresiona. Duncan recuerda ver dos molles prenderse fuego juntos, un estallido ensordecedor que comenzó siendo un silbido y después sonaba como una tropilla de caballos. En cambio, un monte con palmas de Caranday en llamas, detona en chispas como fuegos artificiales. Es muy volátil, conserva mucho la temperatura, por lo que es muy difícil de apagar. Los ejemplares adultos están cubiertos hasta la base por hojas muertes con sus vainas, una pollera que se quema enseguida y deja al descubierto la corteza. Pero dentro de los tallos carbonizados, sobrevive el brote, sus semillas se ven favorecidas por la acción del fuego para germinar y se reproducen rápidamente.

Los suelos, varían según el tipo, también pueden llegar a 400 grados, pero tienen muchos materiales que no son conductores de la temperatura. “Si se cayó un quebracho o un algarrobo, y hay suelo barroso, está cocinado como un ladrillo. En los quebrachales, puede subir hasta más de 1000 grados. En una casa, hasta los 1500”.

No siempre un árbol que no se ha quemado sobrevive. Depende de la temperatura del suelo y de la posibilidad de que todos los microorganismos y bacterias que nutren sus raíces hayan sobrevivido al calor. En la época de los incendios -fin del invierno, comienzo de la primavera- el desastre ecológico radicó y radica en la denominada bi fauna, todo lo que son aves, ya que es el momento de nidificación de los pájaros.

Animales enganchados en los alambres e incinerados: caballos, vacas, zorros, pecaríes (chanchito de monte) y hasta los monos carayá de la reserva de La Cumbre. Por debajo todo un ecosistema que subyace para que la vida continúe su ciclo en equilibrio, fue alterado. Uno de los efectos residuales del fuego, es la acidificación de la tierra por las cenizas. Toda la materia inorgánica se compacta y no permite la generación de ozono. Ese olor a lluvia y a tierra mojada desaparece. “Hay un proceso químico que sucede en los estratos superiores del suelo que hace que genere ozono y se destruyen un montón de toxinas del aire y del suelo. Cuando hay ceniza, se mueren todos los microorganismos que hacen eso y cuando es arrastrada a los cauces del río, se acidifica el agua perjudicando a la acua fauna, toda la parte de los peces”, explica Duncan.

Con viento a favor, un fuego en un pajonal puede correr treinta metros por segundo. Hay dos formas de propagarse a nivel temperatura: si no hay viento, quema en un lugar, levanta mucho calor y no se desplaza. Con viento se desplaza muy rápido, pero no levanta temperatura: “aunque sea de mayor superficie, si no llega a matar a todos los microorganismos del suelo, es más beneficioso que un fuego chico”.

Incendios en Camino al Cuadrado. 11 de septiembre de 2022

Luego de dos días de apagar un incendio aún pueden quedar brasas. Una imagen oscurecida con sombras de árboles humeantes. El suelo permanece caliente. Por eso la guardia de cenizas es vital. El parámetro para levantar una guardia se basa en la tabla del riesgo de fuego, “la tabla de los 30”, dice Duncan: más de 30 grados, viento a más de 30 km por hora, o menos de 30% de humedad. “Si tenés cualquiera de esos factores, hay que dejar una guardia sí o sí”.

La sensación de muerte es tan real como cinematográfica. El paisaje de lo que queda se siente como pisar un lugar lunar, dice Lucila, un gris inerte de película futurista, “acá en algún momento hubo vida”. Un ecosistema de pastizal puede tardar cuatro años en recuperarse, pero el monte chaqueño, para volver hacer un bosque sano, “tiene ciclos de hasta ochenta”, aclara Duncan.

Natalia de Luca es Ingeniera Forestal, integra la mesa técnica de la Coordinadora en Defensa del Bosque Nativo (CoDeBoNa). Explica que la recuperación del monte sucede naturalmente, es un proceso que se denomina sucesión ecológica secundaria. Sin embargo, “cuando al ecosistema se lo somete a nuevos disturbios o presiones (sobrepastoreo, fuego, topadora, motoguadaña, extracciones, presencia de especies exóticas invasoras, apertura de caminos, loteos, minería), en vez de regenerarse, comienza a degradarse”. De lo contrario, junto con programas y acciones de restauración asistida, en menos de una década puede observarse la revegetación, “la recuperación de la fisonomía, el aumento de biodiversidad y de servicios ecosistémicos”. 

Foto: Rafael Peroza

Las Brigadas Forestales

La “Brigada Forestal Comunitaria del Monte”, cuenta en Capilla con ocho equipos completos de vestimenta ignífuga, machete, handy, linterna y mochila que fueron gestionando de manera colectiva. Construyeron, el derki o gorki, un rastrillo de un lado y un machete del otro, que sirve para arrastrar, cortar el sorgo de abajo y armar una brecha para que el fuego no pase. “Hemos hecho otras con discos de arado viejo, para hacer una herramienta de zapa, invertimos en materiales y mano de obra para tener más”, dice Isidro y comparte información sobre el encuentro de brigadas forestales de Córdoba que se realizó a principios de septiembre. La importancia de esos espacios, destaca, “es la formación práctica en el terreno y el armado de estrategias para la elaboración de protocolos comunitarios”.

Durante el 2020 llegaron hacer más de cien personas, entre la base -donde se juntaban las donaciones que incluían alimentos, cremas, gasas, agua oxigenada y colirio para los ojos, la coordinación de autos y de los grupos que llegaban, la logística y la comunicación. Diariamente salía un comunicado con lo que se necesitaba. Comerciantes locales también se solidarizaban con materiales al costo, abrían fuera de hora, incluso hasta los domingos. “Se podía dimensionar lo que sucedía y un reconocimiento en el trabajo de las brigadas”, dice Lucila.

También se hacían campamentos y bases más cerca de los incendios. Ahí las personas que habitaban en las zonas ofrecían sus casas, comida y agua. Se daba un diálogo con los lugareños. Se llevaban chicotes, una herramienta de sofocación casera, con un mango firme y tiras de tela de jean para pegar contra el fuego: “una noche viene una persona que me dice ¿vamos uno y uno?. Lo miro, y era como un árbol, tenía dos ramas en cada mano y como un Loco Mía, lo apagó enseguida”, relata Lucila y ahí vio que en ese lugar el ramerío, como le dijo el vecino, era más eficaz que el chicote. “Las sierras se prendieron siempre, pero esto era algo no visto, algo que se lo dejaba ir, la gente lo decía”. “Los paisanos decían, si no fuera por los hippies, se quemaba todo”, recuerda Sofía entre risas.

Incendios en Capilla del Monte. 2020. Foto: Esteban AF

El día que el municipio de Capilla del Monte dio la orden de evacuar el barrio el Faldeo, Sofía lo recuerda como pánico y locura. Si bien el fuego no llegó a las casas, vio gente mudándose entera, “llevando hasta la heladera y el lavarropas”. Mientras que el acceso principal al barrio, -que queda en la falda del cerro Uritorco-, era un embotellamiento de autos con gente que subía para ayudar. De la misma manera, muchos colaboraron con el cuidado de niñes y surgieron espacios de “pedagogía de emergencia”, a cargo de educadoras del lugar.

Junto con la asistencia de brigadistas de San Marcos Sierras, se hizo una base en el centro vecinal del barrio y Lucila estuvo en la coordinación: “Tenía las referencias claras del terreno, es muy importante tener caminado y habitado los lugares”. Muchas veces venían bomberos de otras provincias, como La Pampa, y les resultaba difícil recorrer el territorio montañoso. A su vez, el monte no es igual en todos lados. “Cada zona nos llevó a otro aprendizaje”, dice Lucila y hace la cuenta de que durante tres meses suspendió su vida cotidiana y se mudó a lo de una amiga, que tenía un primer piso y podían ver mejor la montaña.

Con la plata de las donaciones también se ayudó a la gente que perdió animales, el arreglo de vehículos y el aporte a otras brigadas forestales del país. Aún hoy viajan para compartir la experiencia, incluso en parajes donde no hay bomberos y la brigada forestal, entre vecinos y vecinas, es fundamental.

Toda una experiencia acumulada que hoy los y las reúne con una dinámica de trabajo incorporada, junto con otras brigadas autogestivas de la zona frente a las alertas permanentes, en la reciente zona incendiada de Huerta Grande, La Falda y Villa Giardino.

El Estado y los gobiernos

Juan Cabandié, Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, llegó a Capilla del Monte en medio de ese 2020 incendiado. Fue una de las pocas veces que se vio cerca al intendente y funcionarios municipales. Se fue tranquilo ante las acciones del gobierno de Juan Schiaretti: “la provincia de Córdoba tiene un sistema muy robusto de Plan del Fuego”, remarcó, a pesar de la inacción gubernamental en vastas zonas para controlar la catástrofe.

Para Natalia de Luca, la irresponsabilidad de los gobiernos, provincial y municipales, se evidencia en la falta de políticas públicas que eviten los incendios forestales, con programas de alerta temprana de riesgo y acciones concretas de prevención en el territorio, “que no se limiten a spots publicitarios”.

Córdoba ardía de punta a punta. Vecinos y vecinas lo esperaron para conseguir el compromiso del Ministro de Ambiente de Nación, Juan Cabandié. No sucedió. Cabandié habló del robusto sistema cordobés para combatir el fuego. El robusto sistema dejó 350mil hectáreas quemadas.

La falta de apoyo a la formación de brigadas y la ausencia de responsabilidad penal en los autores intelectuales y materiales de las quemas intencionales, son parte de la voluntad de un Estado cómplice, “que ni siquiera habilita un seguimiento en los procesos de recuperación natural de los ecosistemas afectados”, resalta Natalia.

Desde el 2021 la provincia armó el Equipo Técnico de Acción ante Catástrofes de Córdoba (ETAC). Se pueden distinguir por las camionetas grises, el traje amarillo y los cascos azules. Aunque el gobierno lo presenta como una fuerza que trabaja articuladamente con bomberos, Duncan explica que muchos bomberos voluntarios se pasaron al ETAC y los cuarteles se vaciaron. La diferencia es que la nueva fuerza tiene mandos policiales y responde al gobierno provincial, mientras que bomberos sigue siendo una entidad autárquica. Excepto cuando se declara una emergencia, como sucedió en el 2020, y quedan supeditados a la Dirección de Defensa Civil, “que hace una mesa operativa y ya no puede decidir nada”, explica Duncan.

El mapa de los incendios se traza en la especulación empresarial, la concentración de la tierra y el agronegocio. El despojo de la vida tiene actores políticos que se mostraron más cuando la Sociedad Rural de Jesús María amenazó a brigadistas que iban a ayudar. “Escracharon el auto, dijeron que íbamos con Grabois y a sembrar marihuana. Ahí pude llegar al fondo de la causa”, relata Sofía. “Nunca se pone en la mira a los dueños de los campos”, agrega Isidro y concluye, “venimos diciendo Fuego Negocio”, dos palabras que lo resumen todo.

En medio de la pandemia de aquel 2020 las redes de solidaridad fueron el motor para no bajar los brazos. Ahora, una vez más, ese fuego que nunca se apaga, también se lleva en el impulso cotidiano de brigadistas que se encuentran con la firme convicción de guardianar el monte: de proteger la vida.

Foto: María Eugenia Marengo

En cada relato compartido, Cristóbal Varela, se hizo presente. Actor, titiritero y docente de la localidad de San Esteban, se había unido como voluntario para colaborar ante los incendios. Murió luego de ser alcanzado por las llamas, a los 35 años, el 25 de septiembre de 2020.

Hoy, el duraznero que se plantó en la tierra quemada, se hizo de un ramillete de pétalos rosados cargados de estambres coloridos. Cada testimonio trajo su memoria florecida en la organización colectiva, en esas redes de empatía, que como dice Lucila, también están tejiendo otra humanidad.

Para contactarse con la Brigada Forestal comunitaria del Monte: fb: Asamblea Socio-Ambiental Capilla del Monte.

Para recibir donaciones: Brigada.del.monte (Titular:Martín)

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