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Cruz del Eje y la huelga más larga de la historia ferroviaria

Hace 62 años, un 10 de diciembre, terminaba una de las huelgas más largas de la historia del movimiento obrero argentino. En Cruz del Eje, por primera vez no sonaría la sirena de los talleres anunciando el Año Nuevo. Julio Cabrera, ex ferroviario, se sumerge en sus recuerdos: desde la huelga a la toma de los talleres. Un relato que hace memoria en primera persona.

“Yo nací el 10 de diciembre de 1945”, comienza Julio -“El Negro”- Cabrera. “Nací el año en que termina la Segunda Guerra Mundial, el día de los Derechos Humanos y el día en que recuperamos la democracia”, remarca como un presagio y sin pensarlo, sería también un 10 de diciembre, pero de 1961, el final de la huelga ferroviaria de los 42 días.

Fue durante el gobierno de Arturo Frondizi, en el marco del llamado Plan Larkin, aprobado por el Senado de la Nación en 1961, cuando se hizo efectiva la primera amenaza del cierre de los talleres ferroviarios en Cruz del Eje -construidos en 1890- y en otras localidades. En el marco de una crisis económica, el gobierno pretendía reducir el déficit fiscal, como forma de garantizar la estabilidad monetaria. Estas medidas proyectaban levantar 5.847 kilómetros de vías del Ferrocarril General Belgrano; 130 kilómetros de ellos correspondían al tramo Córdoba-Cruz del Eje.

Tren de las Sierras. Córdoba-Cruz del Eje. Archivo fotográfico AGN.

El nombre fue por el General estadounidense Thomas Larkin, quien estaría a cargo de la modernización del ferrocarril. El proyecto contemplaba el reemplazo de varios tramos de caminos ferroviarios por el transporte automotor, con la construcción de rutas paralelas y el aumento del presupuesto de Vialidad Nacional.   

Hacia fines de octubre de 1961 comenzaron los cierres de talleres, ramales y coches comedores. Cruz del Eje, ese poblado al norte de la provincia de Córdoba lleva la identidad ferroviaria en su historia. Alrededor de 3000 trabajadores se ocupaban con el ferrocarril, más de 700 en sus talleres. La amenaza del cierre vislumbraba el paro general: el 28 de octubre, desde los gremios la Unión Ferroviaria y La Fraternidad se declaró la huelga en todo el país.

Así comienzan los días más largos, los que hicieron retroceder el acuerdo, a pesar de los retiros voluntarios implementados por el gobierno, los que unieron a ferroviarios y familias de todo el país en defensa de una de las fuentes de trabajo más legítimas de la historia de nuestro país.

Julio Cabrera es de Cruz del Eje, dice que es radical por herencia. Recuerda a sus 12 la operación de amígdalas que le hizo el Dr. Arturo Illia y las visitas de este médico -quien años más tarde sería presidente de la Argentina- con helados a su casa. El Negro Cabrera, viene de una familia de ferroviarios. Su madre, catamarqueña, nacida en Chumbicha era empleada del policlínico ferroviario de Cruz del Eje. “Cuando se produce la huelga, mi madre participa de la comisión de lucha. Recorrían Cruz del Eje para conseguir víveres para los ferroviarios”, dice el Negro y explica cómo impactó el Plan de Conmoción Interna del Estado (Plan Conintes), llevado a cabo por el gobierno de Frondizi en su ciudad. “Los sacaban a punta de fusil de su casa, los llevaban a cumplir la tarea y después los llevaban al distrito militar  48, que después fue el distrito militar Cruz del Eje”, cuenta y recuerda que, “había dos baños, 22 soldados y un montón de ferroviarios”. 

Hacía más de dos años que se había sancionado el Decreto Conintes, de carácter secreto Nº 9.880, puesto en práctica el 13 de marzo de 1960 por el decreto 2628. La normativa prohibía las huelgas y permitía la intervención de las Fuerzas Armadas, quedando quienes fueran detenidos por manifestarse bajo la competencia de tribunales militares, acusados por el delito de “terrorismo”.

El Ejército intervenía las ciudades y poblados, las policías quedaban subsumidas a la autoridad del Comando Conintes que pertenecía a las Fuerzas Armadas. Entonces, ante esta normativa, en medio de la huelga muchos trabajadores se escapaban al monte para no quedar acuartelados. Lo que juntaban en la comisión de lucha era para enviar a todos aquellos ferroviarios que habían logrado escapar de Cruz del Eje al campo. Les llevaban comida a los ranchos que se metían en el monte. Mi vieja iba con todas las empleadas del policlínico y otras madres”.

El silencio de Año Nuevo

El 10 de diciembre de 1961 la huelga de los 42 días terminó. El resultado fue considerado un éxito para el movimiento obrero, ya que el Plan Larkin no pudo ser aplicado en su totalidad, pero los ramales cerrados nunca fueron rehabilitados. En Cruz del Eje, se pusieron en funcionamiento todos los servicios, maquinistas, vía y obras, depósitos, estaciones, guardias, etc., pero los talleres no abrían y casi el 40% del personal ya estaba indemnizado.

 “Se arma una sociedad ‘Cruz Fer’, con varios de los indeminizados, desde donde hicieron un inventario con las maquinarias y herramientas de los talleres a un precio de principios de siglo». El Poder Ejecutivo Nacional había firmado el decreto N° 11808/61 por el cual se traspasaban los talleres a esta sociedad anónima en formación, “una sociedad para quedarse con los talleres”, dice el Negro.

Así se llega a fin de año y una tristeza invade al pueblo del ferrocarril. Cada 31 de diciembre la sirena de los talleres -que marcaba el ingreso y la salida de los obreros- también sonaba para despedir el año y recibir al otro. En 1961 el silencio dejaría en la medianoche una cicatriz: la amenaza latente del cierre de los talleres.

Sin embargo, mientras los talleres seguían clausurados, un grupo de 341 obreros cruzdelejeños, que no habían aceptado la indemnización, se organizaban para dar vuelta la historia.

La toma

En febrero de 1962 los trabajadores del riel del norte cordobés entraron a los talleres que permanecían clausurados. Hay que tomar sino perdemos todo, recuerda haber escuchado el Negro Cabrera.

Un policía que vio de lejos el tumulto corrió hasta la entrada y sacó un revólver. “Los quería parar”, dice Cabrera. Los comerciantes se acercaban y le gritaban:

– ¿A qué lo han mandado a usted? ¿A que mate ferroviarios?

Entraron. Adentro eran 500. El Negro en esa época tenía 17 años y había quedado encargado de ir a buscar pan para llevarles a los trabajadores que se estaban organizando en la toma. Era la mañana de un sábado y estaba por llegar con varios kilos de pan, cuando vio a la policía: “Me iban a meter preso”, y así se metió en los talleres.

Adentro, en el depósito, había tachos de pintura y de solvente. “Los habían puesto con una mecha”, cuenta el Negro entre risas. La toma fue una organización orgánica de los obreros, no fue convocada desde ninguno de los gremios. “Gente que en su vida había tomado una actitud así, gente grande -recuerda- que lloraba de impotencia ante la posibilidad de perder el trabajo”.

Afuera la policía intentaba el desalojo, pero no pudieron por la presencia de un menor en el taller. El más chico de la toma, era el Negro Cabrera: “le digo a mi mamá por la ventana, yo soy el menor, no voy a salir, hay que bancar esto hasta que termine”.

Fueron ocho días y siete noches. En los alrededores se había corrido la voz que en Cruz del Eje andaban matando policías. “Me lo cuenta mi familia de Dean Funes, que mientras subían a los policías en colectivos para venir acá, sus esposas lloraban pensando lo peor”.   

Durante esos días vecinos, vecinas y familias enteras se organizaron para acercarles ollas con comida que se repartían adentro. Finalmente, para mediados de febrero del ’62, las puertas de los talleres se abrieron y sus máquinas y herramientas retomaron el curso del trabajo hasta 1978.

 “Eran las 20hs. todo Cruz del Eje estaba afuera. El pueblo era ferroviario”, rememora el Negro como una marca en su biografía que lo llevaría dos años más tarde a emplearse en el mismo lugar que habían convertido en trinchera. “Ese fue el acto más valiente y audaz que se produjo en Cruz del Eje.  Todos eran héroes y no hubo represión”.

El centenario periódico La Idea publicaba en una nota del 21 de febrero de 1962, que “341 obreros no indemnizados se comprometieron a abandonar el taller”, ya que según el entonces Secretario y Asesor Técnico del Gobierno -Ovidio Zabala- se dejaba sin efecto el convenio firmado con la S.A. Cruzfer para que los obreros sin indemnización pudieran retomar el trabajo.

“La noticia halagüeña -continuaba la nota- para los Directivos de la seccional local también fue recibida por los mismos en rebeldía con gritos y cánticos. La cristalización alcanzada por el esfuerzo de la disciplina obrera, a la justa petición (…) finalmente se anunció la presencia del reverendo Padre A. Gherra, que agradeció a Dios al dotar a cada obrero de la Fe y la esperanza y al entendimiento de las partes.”

Cuando terminó la toma, regresaron a trabajar y la sociedad “CruzFer” se disolvió. En los talleres quedaron, según recuerda el Negro, alrededor de 670 trabajadores. 

En 1964 Julio Cabrera entró a trabajar en tornería. “Después como era quilombero me pasaron a la herrería chica”. Ahí el Negro fabricaba martillos y llaves para los tornos, hasta especializarse en tratamientos térmicos de materiales.

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Habían pasado 17 años de la huelga -la edad que tenía el Negro el día que entró por primera vez al taller- cuando el ruido del mundo ferroviario se detuvo. Se apagó un movimiento que volvió a dejar triste al poblado que creció al calor del chirrido de la locomotora. El 15 de mayo de 1978, el decreto 2164, producido en plena dictadura cívico-militar, cerró los talleres de Cruz del Eje.

Alrededor de 800 personas trabajaban; 500 en el taller y el resto en las secciones de oficina, taller de vías y obras, estación, depósito de locomotoras, personal de máquinas, contabilidad, telecomunicaciones, material remolcado, entre tantas otras. Algunos se fueron a trabajar en la misma empresa a Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Tucumán. Otros se jubilaron y una gran mayoría tomó el retiro voluntario.

Hoy, la memoria de los derechos sociales de los trabajadores del riel está vigente en cada estación. Algunos caminos están retomando el movimiento de trenes entre las sierras. Si bien, aún falta para despertar a los durmientes enterrados entre las vías cruzdelejeñas, voces como las del Negro, son un impulso para recuperar aquello que subyace en la identidad de los pueblos. Nombrar al pasado ferroviario, con todo su legado de organización y luchas, lo transforma en un deseo que promete futuro.

Agradezco la colaboración incondicional y amorosa de Graciela Gonano y Carlos Bustos.

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