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El verano y ese coyuyo cantor nacido desde la tierra

Cuando la temporada estival está por llegar y los calores se respiran en el aire, el coyuyo comienza a cantar. Su sonido es un chirrido agudo que se expanda por el monte y lo convierte en un coro que dura lo mismo que el verano y sólo se interrumpe con las lluvias.

También conocido como cigarra gigante (Quesada gigas), al igual que las chinches, es un insecto hemíptero de la familia de los cicádidos. Habita en el centro, noreste y noroeste de la Argentina y se extiende por casi todo el continente americano. Sus nombres populares van variando según el lugar donde viva.

En las provincias del Noroeste, suelen llamarlo coyuyo al de tamaño grande y chicharra al de tamaño más chico. En Santiago del Estero la gente diferencia entre las dos especies grandes que ven: “si es de color verde con negro lo llamamos coyuyo o ckoyuyu; si es de color marrón con negro, lo llamamos royo. La chicharra es chica y de color marrón con negro”, explica Cristian Verduc, del Portal Alero Quichua Santiagueño.

La presencia del coyuyo es la acústica que caracteriza al verano en estas regiones, y es tan potente que la frecuencia de su vibración puede alcanzar hasta 86 vibraciones por segundo. Su canto se produce para atraer a las hembras y si bien lo pueden hacer a cualquier hora del día, en el norte cordobés es al atardecer cuando su sonido vibra con más intensidad. Al costado del abdomen, este insecto tiene un aparato estridulatorio, que permite esa acción de producir sonido mediante la fricción de ciertas partes del cuerpo. Allí posee unas membranas -timbales- y unos sacos de aire que suenan como verdaderas cajas de resonancia.

El coyuyo es un insecto de vuelo corto. Se desplaza de árbol a árbol con sus alas membranosas, dos grandes y translúcidas, que cubren y protegen a dos más pequeñas cuando está posado. Las hembras van a morir luego de poner los huevos en los tallos y ramas, mientras que los machos también morirán tras el final de la temporada. Cuando termina el verano, esos huevos caerán al suelo transformados en larvas que permanecerán bajo tierra entre 2 y 17 años, según la especie.

Abrir la tierra

Durante años debajo de la tierra, como si no existieran. Lo que subyace sobre nuestras pisadas y sostiene a los ciclos de la vida es como un iceberg que crece en lo profundo. Así, estas larvas invisibles se alimentan de la savia que hay en las raíces de los árboles. Hasta que algo raspa el silencio y se les da por salir: la ninfa comienza a correr la oscuridad y cava un túnel que la lleva hasta la superficie. Deja una muda, le crecen alas y se transforma en adulto.

“Por eso se ven los ojos en el suelo, y se prende a la corteza”, explica en una nota, el Ing. Agrónomo Enrique Lobos, de Santiago del Estero. “Esta instancia del desarrollo se llama ninfa, luego empieza a hincharse toda la venación de sus alas y así es como toma el tamaño definitivo del adulto».

Desde lo más alto que pueda subir, el coyuyo alado comienza a salir. Lento, se va desprendiendo por el lomo de su cuerpo acorazado, su armadura subterránea es una foto de lo que fue. Sobre los troncos erectos del monte, quedan sus trajes viejos agarrados. Pueden verse los bordes de su pasado, una cáscara vacía que alguna vez fue su vestidura.

Mudar. Cambiar y ser por el sonido monocorde de su vibración. Hay quienes dicen reconocer el grado de madurez de la algarroba según su canto y creen que ese sonido también se debe por absorber la savia de este árbol sagrado que los emborracha.

Este insecto de los montes, dejará atrás lo que fue, mudará su piel, será un canto profundo que habitará lo nuevo, hasta que en los días más frescos del otoño, su voz se apagará para siempre: ya se ha ido el verano; se va con el coyuyo y el carnaval, dicen en el norte.

Las mudas

Y así pasará el verano cantando, ese coyuyo cantor nacido desde la tierra, como dice Peteco Carabajal, que estará entre las ramas del algarrobal, “donde vuelan las vainas doradas el árbol se vuelve pan, se está acunando la infancia se va endulzando el cantar…”.

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